SUEÑO 131117
En esa esquina, con el ruido de las olas que iban y venían, abrazando con su fuerza el gran Castillo, las mujeres estaban festejando algo,
con muchos invitados, entre los que me encontraba; unos reían, otros cantaban,
así la fiesta se alargaba, las ollas hervían, y las damas en la cocina hacían
milagros.
La esposa del alemán “Pinky”, repasaba a los comensales, y mi
enamorado de siempre, su esposo,nos relataba que huyó a Colombia al finalizar la guerra y jamás
quiso regresar a su país, sólo de visita. Mi vida está aquí, nos decía en medio
de charlas y con un español perfecto, todo lo que tengo lo conseguí en esta
ciudad, ¿para qué voy a recordar momentos de mi vida tan tristes?, y no
preguntamos nada, él dejaba salir las palabras y nos enterábamos que esa guerra
estúpida les dañó la vida, pero que debían continuar sobreviviendo en algún
lugar, era muy niño, sólo recordaba bombas, carne podrida y gritos por doquier.
Pasó erguido con su mirada más azul que el mar y lo recorría todo, imaginándome
de su brazo, pero su brazo ya tenía dueña, y a mí me quedaba la ilusión de verlo
de vez en cuando, y desde esa distancia, soñaba que algún día en otro lugar, la
brisa nos juntaría.
La esposa de Pinky era muy bella, tenía rostro de indígena
con una piel morena y dientes perfectos, su cuerpo muy esbelto despertaba las
miradas tanto de hombres como de mujeres y en esto la vi repartiendo la comida,
los comensales reían y cantaban, la felicidad estaba rodeando el lugar en medio
de rocas enormes y el castillo que se había plantado en medio de aquél lugar
mágico.
¿Para qué servirán carne de res asada en un lugar marino?,
esta inquietud me atormenta, ir al mar a comer lo de siempre y que la gente no
apreciara los ricos bocados que él nos regala, no tenía sentido para mí, pero
las manos se movían, las señoras continuaban llevando platos y trayendo platos,
pero mi alimento no aparecía por ningún lado, hasta que todos devoraron sus
platillos y a mí se me atragantaba la saliva en la boca en tanto recogían los
platos.
Después de ahí los vi a todos riendo, ¡jajajajajaja no le
trajeron nada!, esas risas hacían eco y sus burlas me tocaron profundo, pero
trataba de disimular el enojo. Mi familia, eran ellos los que de mí reían, no
sabían de los afanes en la mesa, de las angustias del día a día y hasta en este
lugar reían de mí, ¿qué será lo que sucede?, pero después de todo, terminé
comiendo lechuga, esa fue la última visión que tuve, y la enorme construcción
en medio del mar. Sentí que hasta las olas me hacían burla, pero abrí los ojos
y era otro día, este…
Raquel Rueda Bohórquez
14 11 17
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