jueves, 30 de noviembre de 2017

LA CASA BLANCA (SUEÑO)

LA CASA BLANCA (SUEÑO)


Contando con otros años y nuevas esquinas, voy y vengo a un balcón sin rosas, donde las personas parecen mudas y ausentes, en un mundo raro, es una gran casa, en este lugar jamás me estrello con nadie, pero veo a muchos ancianos a mi alrededor, todos parecen vagar sin destino, los hijos se fueron, los amores no están, los balcones no tienen nidos de palomas, ni verdes esperanzas en sus rincones.

A veces me confundo de hogar, y debo repasar desde una esquina a mi refugio, que parece un gran castillo en medio de otros majestuosos y enormes lugares, y en esto terminé en un sitio lleno de mujeres desnudas, todas muy hermosas que se colocaban cintas rosadas en sus caderas para entrar y salir apresuradas, luego entraban hombres sucios, me dice mi hermana Lucía que después de ir al mar, los hombres se van a putear porque viven hambrientos de sexo, y así era el rostro del hombre que no me vio, ¿era una sombra acaso?, me enojé un poco pero acepté mi nueva realidad, y ahí en medio de ese ruido de mujeres descalzas y desnudas como las hojas de mi árbol, vi a mis hijas que iban apresuradas y me vieron en este lugar, llegaron por mí y me llevaron al castillo, con regaños  porque ese lugar no era apropiado para mí. Estas personas no me veían, ni las desnudas ni las de la calle, es como si mi alma vagara por un espacio conocido en otro lugar,  y regresamos a mi casa grande y blanca, todo ahí era nieve, pero nadie hablaba con el otro y me sentía muy sola. Una vez mis hijas se fueron, empecé a bajar otra vez los escalones que parecían interminables y regresé al lugar negado, quería sentirme acompañada por las voces y los ruidos de las zapatillas, y me di cuenta que no me volvería a perder, porque el lugar de las chicas desnudas quedaba al lado de mi casa blanca.

 No recuerdo cocinas, ni alimentos, tal vez no necesitaba comer nada, pero alguien me llamaba desde una tienda llena de panes, ¡ey vuestra merced!, ¡venid, acercaos!, y me acerqué a ellos, pero ellos no hablaban conmigo, se dirigían a otra persona. 

Me recosté en el lugar de los invisibles y desperté a vagar por ahí, hasta que mi hijo toca a la puerta y lo miro con rostro enojado: ¡Qué verraquera!, amanecimos a llegar, con mujer y todo, ya tiene la vida arreglada! y me senté a escribir mi sueño, un raro sueño para otro despertar con el corazón raro, con una tristeza que vaga y vaga por mi lugar sin saber el motivo, y me doy cuenta que mi nido está quedando vacío, mis aves volaron y ni cuenta me dí, no supe en qué momento los años pasaron y no los sentí, es como si a mi cuento le faltara la mitad de mi vida.

Raquel Rueda Bohórquez
30 11 17

No hay comentarios:

Publicar un comentario