Wayúu en clínica esperando a la madre enferma.
ARAÑAS DEL DESIERTO/A las Wayúu
Ellas conocen del espino
que entre sus filos guarda
una rica esencia para los chivos.
El despertar del sol quemando
y el arrebol de las nubes
que van pasando.
Tejen y bordan sueños
entre los cardos del camino,
ese cardón inmenso
que se vuelve flor y fruto
para favorecer al peregrino.
Entre arenas y aguas que se alejan,
el hambre sacude las entrañas
y ellas bailan un son valiente
que derriba al hombre
que después debe amarla.
Enredan hilos en manos y pies,
y piensan tal vez
que alguien verá su obra
y pagará lo justo.
Todos vienen con afán,
regatean por doquier
para entre negros carbones
volver más oscura su existencia.
Y la sed se prende del alma
que sacude la prenda infinita
de un Dios que se eleva en el mar
y regresa a besar sus arenas.
¡Siempre me sorprendo!
Las arañas del desierto no repiten obra,
y en esta genialidad heredada
doblo las rodillas cual flamenco
para orar por ellas.
Raquel Rueda Bohórquez
10 11 17
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