UN DÍA DE CAMPO (49)
Estoy aquí, imaginando el pasto entre verde y seco colmado
de diamantes,
pensando que la brisa está más dulce que la pasión entre los
amantes;
más luego, entre la hojarasca que baila cumbia, y el junco
que besa la tierra;
me doy cuenta de lo grande y maravilloso del campo,
y lo divino del canto del gallo que incita a una oración,
con la sonrisa más amplia escrita en la honda sinfonía del
lago
donde se ejercita la pasión y el verbo se crece entre
espinas y tornados.
Detallo la hoja seca y su nervadura abierta, ¡oh Dios!,
¿cuánto he agradecido por esto?
A pesar de no ser bienvenida a mí propio campo cebado, con
el esmero del buey que ara,
cuando llego a ti, me invade la nostalgia y permito que me
oculten las ramas altas
donde se esconde la mapaná bravía y el toche de agua.
Dejo de pensar en lo imposible y fabrico mi propio bosque
con las hojas de mi vida,
escribo en mi propio pañuelo con lágrimas que saben al mar
de mis anhelos,
y a la boca que ya no es mía.
Virgen María, ¿cuál es la razón para que no invoque tu
favor?
Alcanzo una flor y olisqueo como los cabritos a las cabras
en celo,
para darme cuenta que siempre estás en el manso arroyuelo,
y en el aroma dulce que asoma tímido entre la roca y el
espino.
¡Vuelan las garzas!, ¡cuánta gracia hay en su andar y sus
patas largas!
Dibuja el estero su gran pico y el lago oscuro le brinda
requiebros fervorosos
que se elevan espantados entre su dorada espada
que nada tiene que ver con el dolor de otros,
más sí con la camada que espera más allá de la huerta casera
,
y del árbol más oculto que baña el sol con mágica gracia
centelleando su espejo entre las aguas cálidas
que corren y corren, entre las faldas más dulces de la
montaña.
Las vacas braman de contento, pero me inquieta su mañana;
¡recordé que mi bosque es de mentiras y sonrío!,
en mi ladera todas son mansas y tienen fuertes cachos
para atacar al depredador.
Corren y corren las pollitas de agua y chillan con sus alas
en abanico
que parecen una flor negra dorada y roja, abierta a mis
esperanzas.
El grillo se antoja de la hoja que sobresale y la libélula
lo busca,
le da el abrazo de la muerte y se juntan al fin, alma con
alma.
Llega la tarde, el sol expande su melodía entre las nubes,
aquí todo es esplendor, hay una plegaria antes de marchar;
se despide el astro y otros gritos y gemidos resaltan en la
noche
que cubre con fervor el campo.
Raquel Rueda Bohórquez
04 08 17
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