Verónica
HORA DE LA MUERTE/Verónica (18)
¡Nooo! ¿Quién eres?, hace un rato toqué tu mano, pero te
sentí ausente… hace un momento te vi pasar, ¿qué afán tenías acaso?, te grité
con la mirada; mi parpadeo fue una luciérnaga en la oscuridad pidiendo el
recado de la tuya, pero seguías tu camino. Como un muerto vivo no reparabas en
nadie, punzabas aquí o allá, y mi dolor me hacía gritar hacia adentro, pero
nada podías saber, ¿acaso puedes sentir mi dolor?
Hace tan poco, un ángel vestido de blanco acarició mi frente,
dijo por mí una oración, recuerdo cada una de sus palabras: “Señor Rey mío, en
tus manos coloco la vida de éste hombre, un hermoso hombre que bien podría
estar corriendo de la mano de sus hijos, o abrazado de su esposa, o paseando a
su perro en el parque. Sus pequeños no han podido adivinarlo en ésta grave
situación, ni se ha permitido a su familia verlo en éste lamentable
estado. Te ruego Señor por su alma, que
no sufra ni padezca ningún dolor, y que pueda desde aquí ayudarlo a pasar hacia
ese otro lado del camino, sin más sufrimiento del que ya ha soportado. Ayúdame
a cumplir con la tarea por la que doblé las rodillas y juré ante ti, que
entregaría mi amor y respeto a toda persona herida y sufriendo que pasara por
mis manos. Que descanse en paz éste buen hombre, quien por cosas de la vida, se
va sin poder dar un abrazo ni un beso a su familia”.
Luego, con lágrimas en los ojos, vi de qué manera cerraba
mis párpados, pero aún no escucho el sonido de la muerte, ni la línea
horizontal que me conduce a ese camino real, por donde todos pasarán algún día,
así como presiento que pasarán estos segundos.
Todos han cruzado por mi lado, siento sus perfumes flotar en
el ambiente, sus corazones palpitan como una cítara y el mío deja de latir,
parece el arrullo de una paloma herida buscando a sus pichones…
Todos creen que no estoy, vienen sobre mí; ¡tengo tanto
miedo! ¡No por favor, no!...
Ahora estoy desnudo y frente a ti. Tapen mi cuerpo, ¡es una
súplica!, no me expongan de esta manera a la vista de todos, mi esposa podría
llegar y ver mi cuerpo abierto. Limpien la sangre y toda la suciedad, ¡que ella
no me vea así como si fuera una piltrafa!; no causen más pesar del que ya
tienen.
Mi desnudez me avergüenza, ¿no han pensado que podrías ser
tú en esta situación?, ¿y si fuera tu propia madre, tu padre, o tu pequeño hijo
expuesto de ésta manera?, ¿qué sentirías acaso?
¡Respeta mi cuerpo!; no caigan como cuervos sobre mí;
esperen a que la carne esté fría, que haya salido mi alma de este pequeño
estuche, y luego, aprendan de mi cuerpo todo lo que deseen, pero no antes.
Permitan a la parca tomarme en sus brazos y llevarme al
mundo del silencio; luego de eso, seré como la neblina en medio de un inmenso
bosque, y ustedes serán las flores en sus primaveras, esperando a un mañana que
no duela tanto, como éste día, donde algunos me han espinado demasiado, a veces
pensando que nada dolía, y las manos se volvieron violetas, la carne hielo,
nieve, ausencia; pero aún habita un hilo de vida que tiembla dentro de mi
esqueleto.
Ya no estoy, queda en medio de todo, ese “gracias, que Dios
los bendiga” por su labor maravillosa, pero no se equivoquen, que todo lo que
hagan sea por amor, porque mañana es un círculo, que ayer fue un punto
invisible, y ahí mismo nos encontraremos.
Raquel Rueda Bohórquez
21 8 16
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