RETINAS (46)
En el sibilante ruido del aire entrando por la herida de una
puerta, adivinando el vivir en lontananza; he perdido la cuenta de los ocasos
vistos y de la luna acariciando los sueños en la vereda pequeña de mi casa.
Me faltó adivinar el silencio de la oruga cubierta en su
mortaja, y el extenderse luego de sus alas a un mes de julio, con los ojos
ciegos y dolidos.
Todo es mutismo aquí, pero en el más callado de los
silencios, entre los diálogos de la roca y el bosque, adivino la libertad del
cardo y la callada paciencia del espino.
Pienso en la vida y en el vivir. Cada quien fabrica su
prisión y con ello imagina ser feliz, pues ideamos nuestra propia cárcel con
barrotes de oro y sueños de grandeza, olvidando de la vida sus rarezas, que son
en realidad pavesas.
Recuerdo el caminito aquél, el sol amaneciendo en medio de
las grandes y elevadas montañas, las rocas puestas, unas sobre otras, y el
hombre caminando con el azadón a cuestas, una carranga en la boca y los pies
descalzos.
Vi al roedor, creí en su libertad, pero un cardo se ajusta
en su carne, nada merma más su velocidad que el chillido agudo del peregrino y
su mirada tan cierta, como los cuchillos que se afilan en el aire y penetran
con fervor la carne.
Es ahí, en ese instante, en que la libertad tiene nombre
propio y es invisible… ¡Nada dolerá de nuevo!, ni el hambre someterá al roedor
una segunda vez; su oportunidad se fue en medio de una correría sin pies ni
alas, pero el ave, en otro día en que se
agite otra vez un ardor raro en su estómago y las olas revienten por sus garras,
al avizorar la vida corriendo y saltando, con el corazón a lomo de mula, y la
carne temblando; ¡no lo dudará!, sus ojos no equivocan la presa, que por
descuidada calmará sus afanes en medio de chillidos de cigarra y cantos de
mirlo.
Mientras haya estómago, la libertad es un rayo de luz
penetrando el foso oscuro de la muerte, y mientras haya pensamiento, el hambre
será la medicina oscura hacia la esclavitud del hombre a través de la
naturaleza programada en semillas. ¿Quién no se dobla ante el hambre?, será la
guerra más cruel y satánica que tiene hoy visos de colores, pero no los
queremos ver ni comprender.
El silencio se ha matado con el ronroneo de mi gata, y ese
mirar profundo de lámpara encendida en medio de tanta liviandad, su luz es
perfecta para mi propia oscuridad.
No habrá una sola estrella libre si el día es perpetuo, más
en la negritud, su libertad es un diamante brillando el rostro más oscuro del
cielo.
Vivir para morir, pero al segundo lo olvidamos; la gran
verdad es la rosa de la cual fui testigo, que se tornó gris en un segundo, para
seguir perfumando el huerto triste de una alcoba sin ella.
Ronda en aromas, no dejó de brotar su esencia, aunque su
alma se fue por la mirada que se extendió hasta otros confines, imaginando que
un sol aparecía luego de una gran caminata. Su andar de nube, sin pies ni alas,
se llovió por mi camino.
Brillan ahora en este pálido reflejo que me acercó a otro
día, las estrellas que musitan sones de ocarina en la quietud de la tarde,
donde se espera un cirio encendido en la mirada, que se dobla, cansada de tanta
luz, agotada de esos destellos que no dejan ver más allá de un lecho perfumado,
con los ojos que arden y la cabeza a punto de reventar.
Me vi en su penumbra, esperando pegue a la carne la retina
desprendida, esa transparencia vital aunada a la oración compartida con la
almohada, que despejará dudas, y acercará mucho más el espíritu hacia las
cosechas que necesita el alma.
Alma o espíritu, ¿serán lo mismo?, no me quedaré en la
puerta de su mirada, han de ser hermanos que se aman y comparten los mismos
ojos.
Hay un avizor que espera el paisaje de un niño corriendo, el
ladrido de un can poco amado, ¡y la niña feliz!, porque la retina prendió,
igual que un tallo de rosa. Ahora podrá ver los paisajes que no se han descubierto
y el tiempo que se acorta para verlos.
Raquel Rueda Bohórquez
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