jueves, 9 de junio de 2016

RETINAS (46)

RETINAS (46)

En el sibilante ruido del aire entrando por la herida de una puerta, adivinando el vivir en lontananza; he perdido la cuenta de los ocasos vistos y de la luna acariciando los sueños en la vereda pequeña de mi casa.

Me faltó adivinar el silencio de la oruga cubierta en su mortaja, y el extenderse luego de sus alas a un mes de julio, con los ojos ciegos y dolidos.

Todo es mutismo aquí, pero en el más callado de los silencios, entre los diálogos de la roca y el bosque, adivino la libertad del cardo y la callada paciencia del espino.

Pienso en la vida y en el vivir. Cada quien fabrica su prisión y con ello imagina ser feliz, pues ideamos nuestra propia cárcel con barrotes de oro y sueños de grandeza, olvidando de la vida sus rarezas, que son en realidad pavesas.

Recuerdo el caminito aquél, el sol amaneciendo en medio de las grandes y elevadas montañas, las rocas puestas, unas sobre otras, y el hombre caminando con el azadón a cuestas, una carranga en la boca y los pies descalzos.

Vi al roedor, creí en su libertad, pero un cardo se ajusta en su carne, nada merma más su velocidad que el chillido agudo del peregrino y su mirada tan cierta, como los cuchillos que se afilan en el aire y penetran con fervor la carne.

Es ahí, en ese instante, en que la libertad tiene nombre propio y es invisible… ¡Nada dolerá de nuevo!, ni el hambre someterá al roedor una segunda vez; su oportunidad se fue en medio de una correría sin pies ni alas,  pero el ave, en otro día en que se agite otra vez un ardor raro en su estómago y las olas revienten por sus garras, al avizorar la vida corriendo y saltando, con el corazón a lomo de mula, y la carne temblando; ¡no lo dudará!, sus ojos no equivocan la presa, que por descuidada calmará sus afanes en medio de chillidos de cigarra y cantos de mirlo.

Mientras haya estómago, la libertad es un rayo de luz penetrando el foso oscuro de la muerte, y mientras haya pensamiento, el hambre será la medicina oscura hacia la esclavitud del hombre a través de la naturaleza programada en semillas. ¿Quién no se dobla ante el hambre?, será la guerra más cruel y satánica que tiene hoy visos de colores, pero no los queremos ver ni comprender.

El silencio se ha matado con el ronroneo de mi gata, y ese mirar profundo de lámpara encendida en medio de tanta liviandad, su luz es perfecta para mi propia oscuridad.

No habrá una sola estrella libre si el día es perpetuo, más en la negritud, su libertad es un diamante brillando el rostro más oscuro del cielo.

Vivir para morir, pero al segundo lo olvidamos; la gran verdad es la rosa de la cual fui testigo, que se tornó gris en un segundo, para seguir perfumando el huerto triste de una alcoba sin ella.

Ronda en aromas, no dejó de brotar su esencia, aunque su alma se fue por la mirada que se extendió hasta otros confines, imaginando que un sol aparecía luego de una gran caminata. Su andar de nube, sin pies ni alas, se llovió por mi camino.

Brillan ahora en este pálido reflejo que me acercó a otro día, las estrellas que musitan sones de ocarina en la quietud de la tarde, donde se espera un cirio encendido en la mirada, que se dobla, cansada de tanta luz, agotada de esos destellos que no dejan ver más allá de un lecho perfumado, con los ojos que arden y la cabeza a punto de reventar.

Me vi en su penumbra, esperando pegue a la carne la retina desprendida, esa transparencia vital aunada a la oración compartida con la almohada, que despejará dudas, y acercará mucho más el espíritu hacia las cosechas que necesita el alma.

Alma o espíritu, ¿serán lo mismo?, no me quedaré en la puerta de su mirada, han de ser hermanos que se aman y comparten los mismos ojos.

Hay un avizor que espera el paisaje de un niño corriendo, el ladrido de un can poco amado, ¡y la niña feliz!, porque la retina prendió, igual que un tallo de rosa. Ahora podrá ver los paisajes que no se han descubierto y el tiempo que se acorta para verlos.

Raquel Rueda Bohórquez
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