LA VOZ DE UN ÁRBOL (7)
Si estamos en silencio, podremos escuchar el diálogo de las
aves y los versos de las hojas cayendo...
Esto fue ayer, vi que caían unas verdes, parecían no haber
terminado su ciclo, luego otras que parecían tener la mitad de su tiempo; de
nuevo otras que aunque soplara fuerte el viento parecían hechas de hierro y a
nuestros ojos se veían viejas y desteñidas; fueron ejemplo y soportaron los
embates de la brisa, de la lluvia, y del sol.
¡Es raro!, un árbol es nuestra familia, no hay otro ejemplo
mejor para comprender la vida. El roble fuerte que desprende sus gajos y
continúa. A pesar de que les poden, siguen brotando flores y flores; las
semillas se dispersan a capricho de un vendaval y caen en donde deben caer.
También de ahí muchos serán arrancados,
no serán sino un pequeño verdor en el llano; otros hallarán cobijo,
serán protegidos; muchos serán presa del hombre, así como los cervatillos de
los leones; es un círculo vicioso, pero jamás podrán los leones causar más daño
que el hombre, porque el débil será presa fácil, el descuidado y el herido será
visto prontamente por el león; no comerá
sino hasta que tenga hambre de nuevo, más el hombre ve todo, escudriña,
tortura, espera y come sin hambre, mata sin necesidad y muchas veces lo hace
por placer.
Hoy te vi por mi esquina, habían herido a un árbol amigo,
parecía muerto; le habían echado agua caliente, luego veneno, después fueron
cortando sus ramas y gajos, para dejar un tronco aferrado de sus raíces, como
un bebé hambriento de las tetas de la madre, y el milagro brotaba cerca de su
herido tronco.
Una tristeza vieja se quedaba en ese sepulcro obligado;
pronto vendrían y arrancarían la vida, matarían a las pequeñas hojas que salían
de ahí, a esos retoños que habían fundado el amor en esa esquina del mal, y el
gran árbol de ayer, se fue.
Hace calor en esa casa, ¡bien merecido!, y al venir el
vendaval, por ahí pasará la gran corriente, fue despejado su espacio, volarán
las tejas de quien nada tuvo que ver con ese suplicio, en tanto sigo aquí sin
inquietud, esperando una suerte mejor.
Si estamos en silencio nos veremos por dentro y por fuera;
habrá tiempo para adivinar en los ojos, que el alma se cuela por ahí, y en las
noches sale a volar, a buscar el árbol
de la esquina, más retorna triste y cansada; se posa de nuevo en el reseco
corazón del hombre, que si pudiera, también mutilaría sus alas, más no puede,
es lo único que no puede tocar, porque el miedo a morir le quita lo valiente,
ese no saberse nada, ese desaparecer para siempre le empuja a dañar la obra
majestuosa, sin enterarse siquiera que se está matando asimismo.
Llega la tarde, unos vienen y otros van; alguien me abraza y
le doy todo mi amor. Se curarán sus males, saldrá con otra energía, ¡no lo
creen!, ríen de él, pero éste hombre lleva una sonrisa, una bolsa con semillas,
una flor que acaba de recoger, y me ve, ¡al fin alguien me ve!, siento que
valió la pena existir, aunque sea por un abrazo y una mirada tan dulce, le
dicen mendigo; descarga el morral y duerme cerca de mí, bajo un techo en hojas
y flores se olvida del mundo.
Es de noche, las estrellas parecen luciérnagas esperando que
la luna se anuncie, que se extienda la capa más negra para seguir brillando.
Raquel Rueda Bohórquez
29 6 16
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