miércoles, 13 de abril de 2016

TE AMO A TI (44)

TE AMO A TI (44)

Y te amo a ti, porque no desgarras mi carne, ni sacudes mi piel, ni penetras con fierro lo delicado del alma.

Te amo a ti poeta, porque en versos me haces mujer, acariciándome cual si fuera una flor, sin importar cuántas primaveras pasaron, ni cuántos días faltan para desfallecer...

Te adiviné en una estación, en donde la vida surge en medio de un nicho oscuro, paseando por el bálsamo blanco de las penas, que en medio de cucharas de plata queman el cerebro y lo enloquecen, sin saber que el amor nos bendice y nos muerde, con cada lágrima y suspiro; nos jadea como perros en las esquinas, con ese pegarse raro que los mantiene unidos, porque así se concibió su estilo, entre tantas cosas y formas mágicas, para traer a éste paraíso un respiro, un ladrido, un cantar.

Fue un día, en que para mí el mundo no existía; las hienas reían a carcajadas, los chismes parecían tener alas y los amigos falsos de mí se alejaban. 

Ese día en que me hallaste vencida, en el rincón más triste del tiempo, sin saber hacia dónde correr ni volar, pues mis alas eran una rasgada cometa girando y girando, entre las fuertes marejadas del mar.

Te amo porque entre un mundo de gentes, jamás me has faltado al respeto, pero te quiero irrespetar, saber que la mujer que te habla no es de hierro, tiene la fiereza del error cumplido y de la tarea cabal, ella sabe lo que es el odio sin motivo, la magia, el veneno, la traición con espada del mejor hermano, la caricia furtiva que daña a la flor antes de brotar.

Por eso te quiero, porque en tu silencio persigo esa huella, ese castillo fundado en mis pequeños sueños, colgado de tu puerta, esperando que retorne el viento y abra tu ventana de par en par para mí.

Es a ti y nada más que a ti, por quien escribo tantos versos, porque no hay palacio más ansiado que tus brazos, ni esquina más apetecida que tu boca; ni rincón más amable que tu sonrisa.

Eres el payaso que me hace reír por nada, refrescando estos calores que se resisten al tiempo, pensando en la obra sin terminar y en el café caliente sobre nuestras mesas, con ese tocarnos las manos y sentir que aún tenemos derecho a la felicidad, y que la vida se nos va, se nos escurre como gotas de rocío sobre nuestros rostros.

¡No hay derecho a no ser felices!, no fue mi culpa este destino. Se escribieron elegías a la muerte y la lluvia floreció lirios blancos sobre ella, ahora deseo que estés aquí, en este parquecito de mi pequeña historia, con tu nombre y apellido, y que seamos para el recuerdo, los amantes que parieron hijos en silencio, en medio de versos y letras, pero el mundo jamás se enteró de nuestro raro amor.

Raquel Rueda Bohórquez
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