martes, 12 de abril de 2016

PUERTA AFUERA (48)



PUERTA AFUERA (48)

El perro vagabundo que montaba a los muchachos, que luego corrían en medio de carcajadas, murió esta mañana. Escuché el festejo de una dama: ¡qué bueno que murió ese perro desgraciado!, le dejó la cabeza reventada contra el pavimento y ni aullar pudo, ¡qué descanso!...

Fueron sus palabras esa puñalada trapera que hería mi tarde, en medio de la búsqueda de un pan para mis cachorros, le aseguré que era manso el perrito dorado, que jugaba con los niños de la cuadra, pero estaba segura que al montar a su hijo /mala costumbre de no haber trepado alguna perra/, su intención era devorarlo, igual pagué los pesos del pan y salí rumbo a casa.

Un sabor amargo, el gato velón en otro andén con sus ojos que parecían saltar por esa montaña de las falsas 7 vidas que algún desocupado le inventó, no quiso frenar el taxista, quise guardarlo con respeto en una bolsa, pero alguien me incriminó: ¡no  sea pendeja, acaso es su gato!, ¡que  lo recoja la dueña!. En medio de todo me dejé, no tuve la decisión que nos permite pasar sobre las imposiciones ajenas y ahí quedó, con sus patitas levantadas, pidiendo perdón al cielo por éste infierno que le tocó.

Puerta afuera vemos muchas cosas que nos dejan mudos, pero también alcancé a tocar las flores del camino, adiviné a un pájaro haciendo el amor en el aire,  a un águila festejando entre sus garras a una paloma, que se movía tratando de huir de ese mal espejo que tenía espadas en sus dedos, pero que al fin y al cabo, había matado el hambre de muchos días, de puerta en puerta, de ventana en ventana, de cuerda en cuerda, y ahora la elevaba al cielo, sin ese dolor de la agonía.

Bajé el rostro y apresuré el paso, un joven se fumaba la vida en un rincón y su mirada perdida me dieron ganas de ajustársela con un par de fuetazos, en esto recuerdo que fue la correa la que educó ayer,  con ciertos desatinos que hicieron florecer ciertas carreras profesionales, pero que jamás acertarán en formar gente para el mañana como sucedió con esos hombres curtidos y esas hermosas damas que sabían bordar y tejer, leer y pintar labios en un solo varón, más recordé que también hubo cadenas, entonces las reventé y me interné en casa, al menos aquí estaba presa en medio de mi propia libertad, una libertad que me inventé en el rincón de los deseos más oscuros, y los engaños más fervorosos.

Raquel Rueda Bohórquez

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