PUERTA AFUERA (48)
El perro vagabundo que montaba a los muchachos, que luego
corrían en medio de carcajadas, murió esta mañana. Escuché el festejo de una
dama: ¡qué bueno que murió ese perro desgraciado!, le dejó la cabeza reventada
contra el pavimento y ni aullar pudo, ¡qué descanso!...
Fueron sus palabras esa puñalada trapera que hería mi tarde,
en medio de la búsqueda de un pan para mis cachorros, le aseguré que era manso
el perrito dorado, que jugaba con los niños de la cuadra, pero estaba segura
que al montar a su hijo /mala costumbre de no haber trepado alguna perra/, su
intención era devorarlo, igual pagué los pesos del pan y salí rumbo a casa.
Un sabor amargo, el gato velón en otro andén con sus ojos
que parecían saltar por esa montaña de las falsas 7 vidas que algún desocupado
le inventó, no quiso frenar el taxista, quise guardarlo con respeto en una
bolsa, pero alguien me incriminó: ¡no
sea pendeja, acaso es su gato!, ¡que
lo recoja la dueña!. En medio de todo me dejé, no tuve la decisión que
nos permite pasar sobre las imposiciones ajenas y ahí quedó, con sus patitas
levantadas, pidiendo perdón al cielo por éste infierno que le tocó.
Puerta afuera vemos muchas cosas que nos dejan mudos, pero
también alcancé a tocar las flores del camino, adiviné a un pájaro haciendo el
amor en el aire, a un águila festejando
entre sus garras a una paloma, que se movía tratando de huir de ese mal espejo
que tenía espadas en sus dedos, pero que al fin y al cabo, había matado el
hambre de muchos días, de puerta en puerta, de ventana en ventana, de cuerda en
cuerda, y ahora la elevaba al cielo, sin ese dolor de la agonía.
Bajé el rostro y apresuré el paso, un joven se fumaba la
vida en un rincón y su mirada perdida me dieron ganas de ajustársela con un par
de fuetazos, en esto recuerdo que fue la correa la que educó ayer, con ciertos desatinos que hicieron florecer
ciertas carreras profesionales, pero que jamás acertarán en formar gente para
el mañana como sucedió con esos hombres curtidos y esas hermosas damas que
sabían bordar y tejer, leer y pintar labios en un solo varón, más recordé que
también hubo cadenas, entonces las reventé y me interné en casa, al menos aquí
estaba presa en medio de mi propia libertad, una libertad que me inventé en el
rincón de los deseos más oscuros, y los engaños más fervorosos.
Raquel Rueda Bohórquez
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