EL ÁRBOL DEL VECINO (16)
Luego vino la tarde, el mismo ruido de ayer con leves
variantes; por ejemplo el sol ya no pegó a ese árbol a mi espalda, fue muerto,
escuché cómo caían sus gajos.
Este año no habrá frutos, ni semillas; ni hojas para
recoger; pero lo más triste es que perdimos todos su cobijo, ese frescor de
padre que no cobraba nada por tanto amor, y los pájaros cansados desviarán su
ruta: ¡pobres de los cotorritas cara sucia que tanto se entretenían ahí!,
pobrecitas las tórtolas que anidaban en sus rincones, ¡pobres de los mirlos!,
¡Dios qué triste!, ¡ya no los escucharé!...
Recogía con amor las hojas, porque también en cosecha se
formaba algarabía de mis perros, estaban pendientes de cada regalo caído del
cielo, y no dejaban ni las semillas para el cuento.
En medio de risas los veía pelear éstos frutos tan
apetitosos, ¡pero ya no será!, el árbol de cada patio se va, el viejo de cada
puerta se queda en una mecedora, viendo cómo otros más sabios que él, se van
primero sin merecerlo siquiera.
¡No te pongas triste por lo que no puedes cambiar,
madre!, me dice mi hija Carolina cuando cierta vez me vio llorar por un árbol,
estaba ahí frente a él y con esa alegría quise mostrar cómo estaba de florido y
cuántas aves llegaban ahí a cantar, parecía una orquesta a su paso, y la cuadra
semejaba un bosque, más no estaba, ¡tenía tanta rabia y dolor!, ¡no puede ser
Dios mío!, ¿por qué razón lo han derribado?, ¡era tan joven y hermoso!, ¿pero
quién entiende a la gente?, sembraron otro árbol, ¡al menos eso hicieron!, y
pasé hoy buscando frutos secos para mis ardillas, un gran letrero: “SE VENDE”,
¿y para eso derribaron el árbol tan hermoso?, ¡siempre es que hay gente bruta e
ignorante en este mundo!
Entonces seguí pensando en el árbol del patio, en verdad
me da mucha nostalgia, mi hija tiene razón, ¿cómo puedo cambiar ese chip en las
personas?, todos debemos ser conscientes de que no podemos destruir la
naturaleza, es una obligación, debe ser castigado severamente quien asesine a
un árbol, porque nos estarán matando a todos con él.
No tendré mariposas amarillas para ver, ni blancas, ni
monarcas, menos una mariposa azul que ronda de vez en cuando. Ante el sol
parecía un espejo y se estacionaba ahí frente a mis ojos, invitándome a un
beso.
¡Qué triste estoy por ese árbol!, por todas las aves que
ya no veré, por las ardillas que retozaban y robaban cariños, y a la vez caían
para otros. Imagino que algún vecino enojado por las hojas, ¡qué falta de
oficio!, siempre ponen quejas por una hoja caída, ¡pero cómo tragaban sus
frutos!
¿Cuándo se caiga la última hoja de nuestro árbol y a la
vez nuestro viejo tronco se venza; tendremos tiempo para pensar en ese árbol
tan hermoso, que brindó cobijo a tantas aves, y que me regaló sin pedido frutos
tan apetitosos?
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, febrero 21/16
No hay comentarios:
Publicar un comentario