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ENERO/16 (69)
Pasando
un momento a dejar un abrazo; ¡no sé!, creo que algo bueno está por suceder en
mi vida, espero no sea una mentira. Estoy aquí con el corazón a mil, y el
voltaje de una niña. Pero debo tener fe, un día cualquiera no regresaré con
tanta intensidad, o pueda ser que regrese como un perrito con el rabo entre las
piernas, pues a veces estamos acostumbrados a los fracasos y las burlas, espero
ésta vez sea una certeza, como despertar y darme cuenta que el sol no se ha
mudado.
Estuve
aquí por muchos años, pero nada pasó conmigo; ahora, mi Señor abrió una
ventana, y el paisaje que diviso es divinidad; no pensaré negativo, seguiré
soñando, pero si el sueño se esfuma, asumiré que debo continuar escribiendo y
escribiendo, hasta que mis dedos se enreden entre ellos, en el frío de
cualquier día. Por ahora seguiré bailando...
Me
siento como si regresara a mi tierra después de más de 30 años de vivir aquí,
entrando por el Sogamoso, viendo esas divinas montañas pintadas de rojo y con
mi cajita de cartón, o esa tula vieja con las pocas posesiones, pero con la
mirada brillante y esos deseos de vivir, que jamás, a pesar de tantas espinas y
rocas en mi camino, he perdido.
Viene
un muchachito y se lleva mi caja, /por un centavo; imagino que ni para un dulce
de leche donde la mona. Por tanta pobreza que había en esa época, los chicos
esperaban una moneda, pero siempre ganada, trabajando. También me parece ver a
mi hermanito Juan y Cesitar con la zorra metálica para llevar maletas y ganarse
unos pesos, a Cesitar no le gustaba, y entonces decide vender huesos a un tipo
que llegó, y con una gran sonrisa recuerdo cuando se peleaban los huesos: ¡ese
hueso grande es mío!, ¡no, es mío; ese lo vi primero!, y en esto, un bulto, y
muchos días de caminar y caminar, servían para una soltera también donde la
mona, o un masato con un pudín cerca del colegio Salesiano.
Es
que recordar esos tiempos, es como volver a nacer. Pero el sentimiento más
bello y que más alegría me provoca, es recordar, que Káiser, nuestro amado
perrito. Avisaba de nuestra llegada dos cuadras antes, pues nos divisaba entre
las brisas heladas de mi amado Zapatoca, y luego ver asomar a mi padre con sus
negros ojos, tomado de la mano de mi vieja y el montón de hermanos corriendo a
recibirme con carcajadas y abrazos; luego quedarme prendida de esos ojos que
parecían un bosque lleno de pájaros.
Señor,
te pedí un sueño real, te rogué por algo que sólo tú y yo sabemos; pero si me
equivoco otra vez, es porque así estaba dispuesto; más si es verdad, sabré que
he luchado hasta el último día, por un poco de felicidad y justicia, entonces,
no habrá un paso atrás de mi yo ermitaño que tanto me intimida y asusta.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
febrero 2/16
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