MARCANDO EL PASO (26)
Hoy, mi aparejo queda abandonado en el camino.
Por esas cosas raras de la vida, me doy cuenta que la
carga se vuelve liviana.
¡Camino y camino entre espinas y rocas!, recojo un poco
para mí, otro tanto conservo para otros.
Un dolor viene, y al rato, en una caja de cristal,
encuentro que las alegrías se van para juntarse con el mar; se vuelven perlas y
se convierten en rosario viejo, sin valor para muchos, para habitar luego
cuellos y mesitas de estar.
Quedan huellas donde se ha sembrado amor; de pronto,
viene un aguacero que limpia el polvo cansado de vagar.
Admiro a las aves que buscan la primavera, pero se quedan
contentas con su otoño, y mucho más, admiro a esas golondrinas que se van y
jamás regresan, porque han marcado a un hijo con su sombra, y a unos ojos, con
sus prados verdes.
De a poco, en mi caminar, con todo he tropezado, flores
inmensas que poco perfuman, pero igual, su belleza atrae a una que otra mosca
tornasolada.
Me doy cuenta que el perfume no está en lo grande que
parezcas, y que en esas flores olvidadas y pequeñas, hallarás la huella de un
aroma, que pasó a tu lado hace rato.
¿Qué son huellas?, ¿para qué sirven?, ¿con qué se comen?,
y es aquí, al ver en el espejo quieto de un manantial, que todas reposan en el
fondo cristalino del alma, y se quedan en una letra que pocos leen, o muchos leerán
luego, si el cuerpo se cansa de vivir, y el alma torna luego en una gaviota, o
en un enorme alcatraz buscando fuego encendido; que se entretiene cada día
bailando cumbias y pasillos con el mar.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 16/16
Antología Mujeres y sus plumas
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