LA
PLANCHA VIEJA [77]
De
aquéllas manos
que
una vez desarrugaron la vida,
¿quién
recuerda hoy a la viejita de la esquina?,
¿a
mi vieja mama con los arrumes de trabajo?
El
rostro se torcía como fierro entre las llamas,
/y
decían las abuelas:
¡Qué
no te de la brisa!,
y
en verdad sucedía.
¡Cuánto
calor y lidia para nada!,
apariencia
no más, entradas y salidas,
pero
por aquí no pasaron manos de hombres,
en
ese ayer, el trabajo de la mujer era servil:
preparar,
comer, abrir las piernas al anochecer.
¡Pero
de la plancha vieja toca dejar memoria!
Hay
un respeto, un olor a vino añejo purificado en el fuego:
el
alma de mi abuela, quien usó de carbones encendidos,
pero
cuando el genio inventó la luz, vino ésta,
que
prendía y apagaba, quemaba y encendía la mirada
al
terminar duras labores, cuando rayaba el sol.
Y
en una despedida, dejaba un camino de ancianas
que
caminaban de lado, con su rostro cansado
de
tanto desarrugar trapos ajenos.
Quedó
el polvo del ayer sobre el de hoy,
un
recuerdo escrito en un rincón,
combinando
el ocre de mentiras
con
el color de las hojas secas
que
caen de mi árbol,
¡agotadas
y vencidas!
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
julio 8/15
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