ORAR [70]
¿Qué oración más hermosa puede existir,
que levantar el rostro y adivinar el sol con su generosa entrega, saliendo con
suavidad de entre las montañas, o imaginarlo flotar como si tocara el mar, y en
su profundidad se tallara?
Orar como lo hacía mi madre viendo
una flor, o doblando las rodillas en amor al sus hijos llegar a casa,
estrellarnos sin heridas en su pecho dolido, con la única queja en sus labios:
¡Mis hijos!, ¡cuánto los extrañaba!
Me gustaría orar con esa humildad de
las cañas secas cuando se doblan como patitas de garza, que esperan la mies en
su vientre, danzando antes, invocando canciones en medio de blancas plumas y
amarillos picos.
Orar es la entrega del pensamiento a
Dios, ¿pero en dónde está Dios?, a Él nadie lo regala ni lo presta, porque en
tu mismo corazón habita, eres parte del mundo, de su Creación, y nadie más que
el paisaje y lo que tus ojos divisen, puede ser Dios, alto como las estrellas
que pueden tocar tierra con su mirada y darnos vuelta, sin que tropecemos,
cambiar el día por noche y el sol por luna en un parpadeo de péndulos, en ese
reloj mágico de la vida.
Oran las aves en sus cantares, de día
y de noche, oran las hojas ante la luz del sol, las flores saben del amor de
Dios al ser tocadas, parecieran sentir el manoseo y hablan con aromas, bendicen
con pétalos, y siguen orando, con semillas que se esparcen, para que los ojos
del cielo las hagan germinar.
¿Esto es orar?... mi iglesia no es de
roca, es de espuma y brisa que viene y va, acariciando tu frente afiebrada y
tocando el frío corazón del invierno donde escribe con letras de paisaje, la
más bella oración de amor para todos.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, febrero 28/15
©10-498-459
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