EL GOLPE/El
Relojero y yo [48]
Cierta
vez, un tipo pagó mucho dinero para que arreglaran una máquina muy costosa de
fabricar tela.
Buscó
a muchos hombres que decían tener conocimiento de todo, pero sabían era cobrar
y la máquina continuaba igual.
Los
hilos se enredaban, las madejas se torcían, el motor se frenaba, y ante tanta
lucha, decidió abandonar la tarea muy desilusionado.
En
una charla de amigos salió a colación el tema del dueño de la máquina, que
estaba fracasado porque era su herramienta de trabajo, pero en ningún sitio
había encontrado al tipo que diera con el chiste y pusiera a funcionar su
equipo, y esto lo mantenía muy deprimido.
Un
hombrecito muy delgado prestaba atención a la charla y sin mediar palabra se
acomodó cerca y dijo: ¡Yo le arreglo la máquina!...
¡jajajajaja!,
sonó una risotada general. ¡No diga eso hermano!, el tipo ha buscado a los
mejores mecánicos y ninguno ha dado con el chiste, ¿usted un simple ayudante de
buseta se cree con poderes?, ¿imagina que eso se arregla a las patadas?
El
tipo les sonrió amablemente y les pidió la dirección del hombre, y ellos se la
entregaron en medio de mucha risa.
¡jajajaja!
¡Pobre idiota, no pudieron los mejores, será para que el tipo lo saque de allá
de una trompada!
Pero
no sucedió así, el hombrecito llegó a la vivienda del dueño de la máquina y le
ofreció sus servicios, a lo que el hombre con desconfianza lo espetó: ¡No han
podido los mejores!, ¡no señor!, ese equipo ya no sirve para nada –dijo
desalentado- perdí mis esperanzas de que
vuelva a funcionar.
¡Déjeme
que yo se la arreglo!, pero eso sí, esto le vale su dinero.
El
tipo convino un precio y el hombre se acercó a la máquina, la prendió y puso
mucho cuidado a los ruidos que salían de ahí y le dijo:
¿Tiene
una porra?... –el tipo se espantó- ¡Cómo así una porra!, ¿usted quiere
despedazar mi máquina?...
-No
señor, se la quiero reparar, por favor traiga la porra o un martillo grande.
Al
fin el hombre con mucha desconfianza trajo un martillo grande y pesado, y el hombre
delgado siguió prestando atención al ruido del motor, en un instante se paró frente a la máquina y
aplicó tremendo golpe en un lado de la misma.
Acto
seguido el motor arrancó y la máquina, por más increíble que parezca, comenzó a
trabajar.
Enseguida
el dueño se emocionó mucho, ¡¡bravo!! Gracias hermano, me ha salvado la vida,
no sabía qué hacer, pero la máquina estaba buena, y no le voy a pagar por un
golpe.
El
hombrecito salió muy enojado y le dijo que lo demandaría, que llevaría el caso
a los tribunales, porque él le había reparado el equipo.
Una
vez en los tribunales y expuesto el caso, el juez pregunta al hombre todo y él
le dijo que convinieron un precio, que nadie se lo había reparado y él sabía
cómo hacerlo.
Le
explicó que no era por el golpe en sí, sino porque sabía exactamente en donde
darlo para que el motor despegara, le digo que él le cobrara por el
conocimiento.
El
juez sentenció sin dudarlo un instante.
¡Debe
pagar lo acordado!, el señor está en su derecho.
A
regañadientes el tipo canceló lo
pactado, y los demás lo empezaron a verlo con más respeto.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
febrero 3/15
©10-498-459
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