Tengo miedo por los jóvenes, si antes no teníamos voz, ahora sus voces se apagan entre las llamas de la indiferencia...
Me asusta el poder, por eso renuncié a los pequeños poderes, dejé de pelear por un puesto sobresaliente si tenía que pasar por encima de otros...
Mi liderazgo lo asumo como buena madre, dando ejemplo a mis hijos, dentro de lo que vivir con normalidad parezca un bien para ellos, y me doy a la tarea de amar, sin importar cuántas veces resulte herida en el camino.
Tengo pavor por los muchachos de ahora, que no pueden ni siquiera doblar sus rodillas, porque se las doblan a sangre y fuego, es triste saber que se van nuestros muchachos, sin tan siquiera abrir la primavera de una mujer entre sus brazos.
Estoy tocada por un sentimiento de terror, si ayer los jóvenes vivíamos asustados, al menos teníamos la música, los árboles y sus semillas para adornar nuestros cuerpos, ahora ni árboles ni semillas, ni voz ni ruego, porque se los llevan antes de que puedan suplicar por un derecho.
Tengo pavor sobre lo incierto, el poder incita al mal, la ambición, y quien tiene recibe la maldición de querer más y más, sin importar que en ésta carrera de locos han prendido una mecha imparable que abarcará con la vida de otros, un don que solo le pertenece a Dios.
Amanecí asustada, no lo niego... hoy me duele el mundo, hay olor a carne putrefacta en mi casa, pero es que El Serbio dejó una carne sin sal dentro de la nevera y las pequeñas cosas toca cuidarlas, hay que conservar el amor en remojo, una flor en un jarrón limpio con agua fresca y dulce, para que no muera pronto y la tarea es bonita cuando es compartida, la acabo de probar y no sabe mal, se ha bendecido un plato de comida y el miedo empieza a desaparecer.
Suplico por una flor llamada Esperanza, para que el Dios de la vida pase por sus ojos, por su piel, por su cuerpo y alivie todo su dolor, que sea regada con la bendición de la lluvia, con la sanación del alma como una blanca mariposa, y que pueda abrir su propia cárcel y despegar sus alas ante la tibieza del sol.
Tengo miedo... Dios mío, ayúdame... es un algo, un no se qué, en no sé dónde... que me vuelve pálida, pero también dibujas una sonrisa al segundo, y el temor se esfuma cuando escucho un avecilla prisionera en mi árbol, si todos vieran sabrán que no miento, y que el zapatero grita, porque necesita de nuestros zapatos viejos para sobrevivir, el de las mojarras que alguien lo mire antes que el frío de los corazones dañe los peces que lleva en su bandeja.
Como por obra de magia, el miedo se esfumó, mis perros ladran en la puerta, los otros en el patio que está limpio y perfumado, la niña se recupera, la bebé corretea detrás del gato, un vehículo pasa veloz, ¿qué prisa llevará?... ahora el señor de las escobas, el que vende tomate,cebollas, tan bonito que grita, es como el cantar de un pájaro libre...
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, diciembre 15/14
No hay comentarios:
Publicar un comentario