martes, 23 de diciembre de 2014

EL CHINO DE LUCÍA

Diego y Luisa 

EL CHINO DE LUCÍA
Después de eso el muchachito salió cariacontecido de la casa, ¿qué haré de ahora en adelante?, pensaba mientras hacía hermosas pinturas, y las iba arrumando por ahí en el camino.
Pasó luego el bachillerato acelerado porque le dieron un año de regalo, ¡qué vergajo muchacho tan inteligente!, ¿a quién habrá salido?... y el muchachito dijo: a mi madre... pues ella es quien me ha educado... y entonces la madre sonrió, con esa sonrisa enorme de oreja a oreja, que nos hace sentirnos orgullosas de la tarea.
¡Valió la pena!, ¿pero y ahora qué hago?... -el muchachito seguía pintando, ¿qué haré Dios mío?, no tengo dinero para el ejército, ni para la universidad, y las hojas caían y caían en sus manos, pintaba casi perfecta una flor, los ojos de las chicas que lo enamoraban parecían bosques vírgenes que él deseaba tocar, ¡y sí que los tocaba!, su pincel siempre dispuesto, les enredaba el cabello, ¡no era el pincel que todos piensan!, no seamos morbosos, su pincel era esa fuerza de voluntad que lo estaba tallando en semejante bosque lleno de fieras rabiosas, que pretendían dañar su vida, pero había algo entre la brisa que le regalaba hojas y hojas de un árbol pálido, y él ahí se entretenía, un pintor en potencia surgía de entre las cenizas, sí... mi muchacho tenía un nombre: Diego Rueda el chico que volaba sin alas, y sabía que la providencia estaba de su lado, entonces atiné a decir: te quiero... sí te quiero... vendrá un día de lluvia tras otro, y podrás pintar las curvas de todas las mujeres que desees, porque hay otro pintor que guía tus manos desde las penumbras de tus sueños... y Él sabe lo que anhela para ti.  ¿Para qué te afanas entonces?
Raquel Rueda Bohórquez 
Barranquilla, diciembre 22/14

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