DIJO ANNA
Dijo Anna: Hay un demonio oscuro, habita dentro de nosotros, a veces es tan perverso que domina nuestro propio yo, y nos hace cometer inmundicias, que una vez realizadas, no sabemos ni siquiera en qué sitio nos encontramos... ni qué fue aquéllo que nos ordenó hacer lo indebido, creo que inicia la condena, porque la señora Conciencia una lady, es el juez más severo de todos.
El demonio negro se pasea por tu casa, ronda las esquinas, el cruce de una veredita donde buscamos a veces mariposas amarillas de Gabo, y mariposas azules de Adel, pero sin darnos cuenta, una oscuridad persigue y atormenta.
Anna inició a correr cuando el ángel Providencia, le avisó que no pasara por ahí, sino que se quedara bajo la roca, ¿qué buscas fuera niña?, dentro de ti hay maravillas, y a veces sombras, pero busca dentro de tu propia luz, y las sombras se disuelven o simplemente te abrigan, como una cobija de seda que te cierra los ojos para que puedas volar en círculo.
Decían que Anna era una niña que hablaba locuras, pero al final de su carrera fue una jovencita sabia, conoció la voz de las hojas y lo que entre ellas se murmuraban, dijo que también la lluvia tenía voz, y al caer parecían coronas de reina bordadas en cristal, fue una dulce niña, cierto día inició con dolor de cabeza, muchos decían que no era nada, pero se quedaba dormida en su pequeña silla, cuando el dolor era tan fuerte que ese algo dentro de sí, no permitía más ese cruel sufrimiento.
Un día Anna no gritó más, le decía a mi hermana Dorita: Nadie me cree, me duele mucho, siento que algo dentro de mi cabeza se mueve y me devora lentamente...
Anna, bueno le digo así de cariño, no la nombraré para no causar dolor a sus padres, lo cierto es que estudió en las Bethlemitas, la mejor amiga de mi hermana Dorita, ella todavía la recuerda, pobre niña, ahora recoge rosas blancas y amarillas, la veo correr por un camino muy hermoso, pero la madre la recuerda y llora mucho, ¡no llores mami!, desde aquélla vez, en realidad todo dejó de doler, fue como si durmiera, y sentí que era liviana como una paloma, que tenía alas, y con ellas voy y vengo hacia mi casita en la esquina, ahí donde amasábamos trigo y el sudor adobaba las ganas de vivir. ¡No llores mamita!, ahora estoy contigo, recibe ésta rosa blanca, huele su perfume, es el mío y el de ella, hemos venido por ti para que podamos seguir caminando senderos llenos de luz, en una inmensidad donde abundan cometas y luces navideñas...
Y Anna corrió de la mano de su madre, ¿acaso ella se dio cuenta?, siempre creyó que dormía, y en este momento cree que está despierta.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, diciembre 3/14
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