ESTRELLA DORADA
[CUENTO]
En un lugar
lejano, vivía una niña triste, quien siempre hablaba de amor; pero el amor
parecía un cuento de hadas, porque ella, por mucho tiempo le habló, pero la
estrella tenía tanto brillo, que a todas iluminaba, y para ella no hubo certeza, ni correspondido
son.
Decía la
estrella, que sin importar lo que sintiera o viera, al mundo no le importaba, porque él seguía en
sus giros, imperturbable como el atardecer, ausente como el ave que encuentra otro nido, y en él se acomoda.
¿Qué será de Estrellita, que nunca me ha dicho que me ama, si en versos le declamo una y
otra vez, que mis ojos se iluminan
cuando le ven, pero sigue tan solo, dando pequeños brillos en mi ventana?
Cierto día
la niña maduró, pero un poco viajando a la ancianidad con la cabellera blanca bañada de luna, y los
ojos, cual prado pisoteado con un intenso: ¡no más!...
Mis letras
se pegan, los signos no quieren estar en su iniciar, el pc tan viejo como ella, y las ganas se quedaron temblando en sus piernas, cual lucero, que entre más amor, más se aleja, y entre más corazones
girando a su alrededor, menos le atina a una loca ilusión.
Cualquier
día de agosto, un 13, puede ser, la niña limpió las frescas perlas de sus ojos,
en el espejo quebrado y marchito, que entre sueños le invitaba a otros sitios,
para olvidar a ese amor, que palpitaba en
su corazón, pero que no correspondía a su mismo latir, ya que él era parte de otro
cielo, de otras manos, y unos negros luceros que lo amaban, desde antes que la niña le viera brillando en una blanca
pared, untado de nieve y jugando con las gaviotas, entre inmensas rocas y
helados vientos.
Quedará
aquí: ¡Dios cuánto te amo! –Pensó la niña-,
olvidaré
las melodías que imaginaba eran para mí, /con una sonrisa, -el vino griego que
nunca probé, pero que ilusionada muchas veces en un sitio pequeño,
lleno hojas secas, con el cielo despejado y una que otra gaviota de blanco plumaje
peleando contra el viento: libar de su boca soñé.
"Estrellita": ¡que Dios te bendiga!, estoy muy dolida con el viento, pero dejo que azote a
mi ventana y sea pródigo la próxima vez,
en tanto desde aquí, te veo ser, tan gentil y amoroso, tan luz en cada
amanecer...
Me voy, de
a poco me alejo, descubrí tu diferencia entre multitud de estrellas, pero
también me expuse ante muchos, y ahora, debo ocupar mi rincón del silencio, de
nuevo; buscando otros cuentos y otros luceros, que se advierten cada noche, para
mí.
La niña con
un enorme suspiro tomó el delantal, revisó que no se quemaran los guisos, un nuevo día inicia, -pensó- el sinsonte
acaba de llegar a trinar en su árbol, y un espejo claro dibuja el cielo, con la estrella
más grande nadando en él.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
agosto 13/14
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