Los niños merecemos respeto y amor,
las señales de dolor se quedan marcadas en el alma de por vida.
A UNA PROFESORA
Ella fue un nombre: María Antonia,
el mismo de mi abuelita paterna
pero tenía la maña de agarrarnos a tirones.
¡Vieja hifueputa!, gritaba yo en los rincones
¿acaso ella es mi madre?,¿acaso es mi padre?,
y me sobaba las manos,
berreando como una ovejita
en aquéllos inmensos salones.
Cualquier día, ya no estaba para más
tal vez 7 años tenía,
la boca llena de leche en polvo
la cabeza como una abuelita
orando en un altar.
Una regla de regalo,
unas frutas de paseo
y a ésta vieja condenada
todo se lo estropeo.
Lanzando desde arriba
los libros le destrocé,
de la regla que le llevé
sólo jirones,
y las frutas, mmmm ¡qué ricas!
¿y las uvas?, sabrositas.
¡Quién condenados me hizo ésto?
-gritaba la Tronchatoro,
no fui yo, lo corroboro
cuando su mirada a mí
como flecha me lanzaba.
¡Ay de los muchachitos!
ninguno va a decir nada,
porque cuando haya recreo
conocerán mis pisadas.
Y pasó todo...
volvió la normalidad,
una regla nueva,
¡qué venga su mamá!:
-no joda, ella tiene oficio
no puede venir aquí,
y por si acaso inicié a correr
al aguante de mis zapaticos panam.
¡No vuelvo a la escuela!
-le grité a mamá
¿qué no vuelve? ¡jajajaja!
y con la maleta echa de jean viejo
mi libreta, un lápiz
inicié de nuevo a llorar.
¡Voy pa la escuela!
a donde la Tronchatoro
¡pero no me dejo joder más!
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, julio 10/14
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