Caballero vestido de índigos
que combinas como un verbo con el cielo,
aquí las estrellas en su celaje
copian entre las olas un poema,
que en las noches de luces fugitivas
a un amor lejano me recuerda.
Sobre una roca el alcatraz vigila
que las sombras van y vienen
y el hambre que acosa no entretiene,
para lanzarse cual flecha furtiva,
a cazar vida para calmar hambres
que chillan a lo lejos.
Todo trae el mar, /aliento y música
amantes sobre y bajo sus enaguas,
ermitaños enamorados danzan entre las algas
y enardecidos se aferran a las rocas.
El mar invita a una oración cada mañana,
y en el atardecer, al salir el sol pintado de amarillos,
una sábana extiende, /cual derretidas lágrimas de oro
el corazón palpita como fiera asustada,
al verse retratado entre sus doradas aguas.
Ola tras ola, con faldas de besos perfumados
no guardan sus globos blancas perlas,
más sí, muchos besos que se desvanecen
al llegar sus niñas pálidas a la playa.
A ti, mi amante rey vestido de azul,
son tus venas la vida de mi madre.
Guardas el ponto en tu vientre bondadoso
y te llenas de lluvia con sabor a lágrimas,
sin saber al fin, si eres varón o hembra,
la mar o el mar, igual de generoso,
donde tiemblo de amor al divisarte,
siempre azul como las perlas de sus ojos.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, junio 10/14
Me regaló junto al mar su amor,
y cada segundo un paisaje nuevo,
azul muy azul como su mirada,
azul, tan azul como el cielo.
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