jueves, 6 de febrero de 2014

LA NIÑA DE ROJO

LA NIÑA DE ROJO

Cada uno contaba su historia, iban y venían, y en silencio ocupaban su lugar… ¿Qué turno tienes por favor?... ahora las voces suenan más dulces que haciendo cola para entrar a cine, para consignar dinero en el banco, para buscar vanidades de remate en los almacenes, descubro las miradas muy brillantes, como si desearan contar a todo el mundo sus cosas, y esperaran ser escuchadas.

La niña de rojo ocupa su turno 10, pero aquí a nadie le importa, nadie pelea por el puesto, y más bien, todas desean hablar, caminando hacia atrás, deseando ese pasado, sin importar los escombros y las espinas… y van cediendo el turno ante el miedo de un resultado inevitable…

-¿Tu examen es de qué?... Bueno disculpa, -dice la señora morena a mi lado- yo tengo cáncer, me mutilaron completo el seno izquierdo, ahora está empeorando… -y mostró su mano derecha llena de moretones, uno gigante sobre su mano, trajo viejos recuerdos de otras arrugadas que apresé en mi corazón muchas veces, y que temía acariciar por miedo a convertirme en algo más que dolor, para esa piel tan cansada y agotada…

La señora morena siguió hablando y hablando, y cada uno contaba su historia, la acomodaba, recetaba, se volvieron sabias con las hierbas, la manzanilla, la sábila milagrosa, las oraciones de la viejita santa que obraron milagros, pero que nadie los conoce todavía…

-No deberíamos hablar de eso, pero es inevitable, dice la niña de rojo… mientras observaba las inmensas tejas grises, los salones totalmente blancos, y veía caer del roble inmenso pequeñas hojas, nunca había detallado esa danza de las hojas al caer, la magia de los gajos tan llenos de amor, como el color de los rostros de niños de clima frío…

Los soldados iban y venían, siempre obedeciendo órdenes de un sargento, pero estaban con la mirada tranquila, ahí seguros donde las balas no los alcanzaban… ¿pero por cuánto tiempo?...No lo sabía, y dos hambrientos goleros, con sus alas muy abiertas observaban… y al rato, tristes y vencidos se alejaban…

Salían del cuarto pequeño donde sólo era miseria la vida y mostrábamos hasta el alma, pero el doctor ya estaba acostumbrado, éramos nosotras las que nunca nos acostumbrábamos a exponer cada pedazo de nuestra vida ante los ojos de otros.

Vino la charla de siempre: Mi esposo es esto o aquello, pero nunca tropezábamos con una que dijera que el esposo era un general, pues generalmente ellas no hablaban con las mujeres de los sargentos, por aquélla estupidez de las clases sociales.

Mi marido se va de vacaciones siempre dizque solo, se lleva todo el dinero y olvida que tiene familia… eso es que se va con la moza…

-Si… dice la otra…y con unas historias tan parecidas de maltrato y orfandad, de desilusión y sometimiento… que nos convierte en hermanas en pequeños instantes.

-La morena toma la palabra: ¡Mi esposo es un hifueputa!... lo dijo fuerte para que todos escucharan, desahogando su rabia de muchos años…
- ¡Ah noooo!... dice la otra… el mío tiene diplomado porque es mucho más hifueputa que el tuyo…

-Carcajadas generales y le tocó el turno al fin a la morena…

Al salir iba con el rostro agachado, acomodándose su gorrito de lana…

La niña de rojo entra, una palmada sobre el hombro…

¿Y usted mija qué tiene? – Las mismas preguntas de siempre con las mismas respuestas…

-Oye mujer… ¿cómo así que abandonaste el tratamiento?
No olvides el hígado, si hace metástasis ahí, todo se convertirá en una carrera contra el tiempo…
¿Viste a la señora morena que acaba de salir?... Nada que hacer mija… está invadida…
A pedir ahora chequeo de abdomen, no podemos descuidarnos…

¿Qué abandonaste el tratamiento?... –pregunta de nuevo -¿Por qué?...
-Porque me cansé de vivir sonámbula, de estar pálida, de los químicos, de ir, de venir…

Salió con una sonrisa, el temblor aquél se había desvanecido… un adiós marcó su camino a casa entre ¿hola cómo estás?... ¡bien gracias!... caminando por un lecho de flores frescas de los robles del camino, una cámara para perpetuar el instante que no funcionó, un disimular tomando fotografías sin brillo, sentada ahí en la misma esquina de la calle 80 con 76, admirando que todos los árboles se llamaban robles y tenían flores violeta, que no tenían hojas pues se estaban renovando como un milagro más…

¡Bendito sea Dios!

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, febrero/14




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