¿QUÉ
HAGO? [45]
Sólo estoy aquí, pensando en ti mi amor.
Veo caer copos de nieve en las sombras de mi pensamiento.
Se deshielan las montañas que ayer estaban vestidas de novia,
me impaciento, estoy intranquila, todo se llenará de agua
y la tierra cada día será menos.
Estoy ocupada meditando en las aves del cielo, en los buitres,
en los niños pobres que cada día tienen menos carroña para limpiar
y menos sueños, sobre los alares de las ventanas.
Estoy empeñada en encontrar la felicidad, pero ella se aparta de mí, como una
monja enclaustrada, empeñada en doblar las rodillas por el planeta, los por
verdes, por la claridad de un lago.
No está mi madre, ni mi sobrino hermoso más amado, pero me quedan mis lágrimas,
para estampar pequeños besos en mis manos...
¿Qué hago?... ya no tengo a donde ir...
Mi pared en blanco es mi motivo, mis niñas letras como de una infante,
de una pequeña niña que empieza a deletrear palabras, pero me quedo con las
mismas: hojas secas que se empeñan en caer de las ramas, bosques, cascadas con
sus colas pálidas en búsqueda de su amante mar, para entregarse plenamente a
sus aguas, cual cortesana enamorada y correspondida al fin.
¡No hago nada!... busco Señor del viento un poco de tus alas.
Les contaré, que mi sueño de joven era ser monja, pensaba que ser monja me
acercaría a la verdad de la existencia, pero no, la verdad está en los ojos de
los oprimidos y cansados, en los buitres hambrientos, mis pobres niños que se
visten de trajes negros y deambulan, vagan en el cielo, y desde arriba buscan
la podredumbre de nuestras almas, pero ya nada les queda, porque también
están muriendo de hambre.
Soy una vaga del Internet, no tengo un amor que salga conmigo a la calle de la
mano, porque vive ocupado en su libertad, soy una egoísta, decidí hoy que será libre, y
yo también, y es aquí donde puedo volar tranquila, extender mis alas del
pensamiento y buscar sobre la más alta montaña ese amor único, de nombre
Dios.
¿Existes?... muchos dicen que no...prefiero decir sí... ¡existe!... Él es el
mundo, es el universo, es el cielo en el anochecer vestido de lágrimas
brillantes, es la luna y el sol, y soy parte de lo mismo, del mismo Dios de mis
sueños, que me hace llorar cada instante, pues no puedo cambiar el mundo, ni
hacer que el mundo voltee su mirada hacia el verde de las montañas...
Los grises se alimentan de los bosques, el cemento se roba la vida y el espacio
se cunde de ángeles...
¿Y qué hago?, ¿cómo puedo ser parte de un cambio?...
Me sonrojo con el sol, busco un azadón y quiero perderme en el bosque, con
todas las semillas de mi corazón, para cultivarlo de rosas blancas para mi
madre.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, diciembre 20/13
No hay comentarios:
Publicar un comentario