TENGO
PEREZA [79]
Me
suena ésta palabra, la vuelven filosofía, pereza de cantar, de reír, de la
sencillez que es más que la grandeza, de la humildad que es como el cantar de
un ave sobre una rosa, del amor que lo es todo, aunque estemos perdidos
buscándolo, está dentro de ti.
Me
gusta la dureza de una roca, ¿cuántas historias tendrá para contar?...
Llegó
ahora, entre las luces del mediodía, está sentada a mi lado y recuerdo otra
historia repetida una y mil veces en el tiempo, hablaba de una casita en las
montañas, ahí bajaba y subía la cuesta con un cántaro de translúcida miel, que
brotaba de los pechos de los cerros…
Me
habló del primer beso, de esa mirada que se quedó por siempre, de las
escondidas entre las ramas altas de arroz o de maíz, y las caricias que se
alargaron demasiado, hasta poner fin con sus manos, ¡basta!... ¡no puedo
continuar!, pues volvieron pecado el amor, pero las enaguas se revelaron en el
momento del ardor.
¿Acaso
pienso que hubo pecado?... ¿viste cómo se amaron las palomas torcaz a nuestro
lado? ¡Observa!... cierra los ojos también, tiembla como yo...
Cada
una en su instinto de venas calientes y brillos mágicos entre las enramadas, y
acaso, ¿no podía expresar también amor con una entrega?
Ahora
converso un poco con los peces que se pegan de las rocas, tienen mucho por
decir, guardan perlas claras en heridas fundadas, y crecen cada día en su
interior para ser joyas, cuando el tiempo abra sus cristales, y las encuentre divinas,
esperando su misión.
Amor,
atrapo el viento en mis pulmones,
¡quédate
pegado de mis labios un rato más!
Veo
caer despacio las hojas, sacude mi árbol una intempestiva brisa de noviembre; y
si acaso no regresas, estaré desnuda de todo, me han robado tu amor, pero es
mentira… está aquí tallado desde hace muchos años, desde hace siglos, en lo
profundo de mi alma, como un aviso, una señal extraña del destino.
Te
encontraré tal vez en otra primavera, será allá, las flores amarillas tendrán tu perfume, y un
roce de tu cuerpo me consumirá, como de las uvas el vino rojo, y me embriagaré
una y mil veces en tu pecho, mordiendo frutos prohibidos para estar borracha, al
brote del manantial, esperando me
persigas para caer rendida entre tus
brazos.
Que
no haya pereza para el amor, ¿sabes cuánto tiempo estarás aquí?...
Me
lastima no haber traído un litro del mejor vino, para compartirlo contigo niño.
Me
duele no haberme privado de cosas para verte feliz.
Ya
no estás, y eras ejemplo laborioso, un
potro salvaje suelto en el mar,
ave
contenta sobre las rocas, al ver las olas pasar…
Levanto
la mirada ahora, no puedo mirar atrás, me persigue una ansiedad nueva por los
años...
Las
pálidas greñas se mecen con la brisa, los ojos se vuelven turbios, y las
palabras se atoran.
¡Parece
que va a llover!… tendré que regresar de nuevo a tus brazos entre mis sueños
locos, para olvidar éste momento. Ahora me acosa la duda de saber si es mejor
correr, o quedarme entre tus brazos de hielo, que parecen flotar entre las
sombras.
¡Qué
pereza!
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
noviembre 13/13
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