miércoles, 13 de noviembre de 2013

TENGO PEREZA [79]


TENGO PEREZA [79]

Me suena ésta palabra, la vuelven filosofía, pereza de cantar, de reír, de la sencillez que es más que la grandeza, de la humildad que es como el cantar de un ave sobre una rosa, del amor que lo es todo, aunque estemos perdidos buscándolo, está dentro de ti.

Me gusta la dureza de una roca, ¿cuántas historias tendrá para contar?...

Llegó ahora, entre las luces del mediodía, está sentada a mi lado y recuerdo otra historia repetida una y mil veces en el tiempo, hablaba de una casita en las montañas, ahí bajaba y subía la cuesta con un cántaro de translúcida miel, que brotaba de los pechos de los cerros…

Me habló del primer beso, de esa mirada que se quedó por siempre, de las escondidas entre las ramas altas de arroz o de maíz, y las caricias que se alargaron demasiado, hasta poner fin con sus manos, ¡basta!... ¡no puedo continuar!, pues volvieron pecado el amor, pero las enaguas se revelaron en el momento del ardor.

¿Acaso pienso que hubo pecado?... ¿viste cómo se amaron las palomas torcaz a nuestro lado? ¡Observa!... cierra los ojos también, tiembla como yo...

Cada una en su instinto de venas calientes y brillos mágicos entre las enramadas, y acaso, ¿no podía expresar también amor con una entrega?
Ahora converso un poco con los peces que se pegan de las rocas, tienen mucho por decir, guardan perlas claras en heridas fundadas, y crecen cada día en su interior para ser joyas, cuando el tiempo abra sus cristales, y las encuentre divinas, esperando su misión.

Amor, atrapo el viento en mis pulmones,
¡quédate pegado de mis labios un rato más!

Veo caer despacio las hojas, sacude mi árbol una intempestiva brisa de noviembre; y si acaso no regresas, estaré desnuda de todo, me han robado tu amor, pero es mentira… está aquí tallado desde hace muchos años, desde hace siglos, en lo profundo de mi alma, como un aviso, una señal extraña del destino.

Te encontraré tal vez en otra primavera, será allá,  las flores amarillas tendrán tu perfume, y un roce de tu cuerpo me consumirá, como de las uvas el vino rojo, y me embriagaré una y mil veces en tu pecho, mordiendo frutos prohibidos para estar borracha, al brote del manantial,  esperando me persigas para caer  rendida entre tus brazos.

Que no haya pereza para el amor, ¿sabes cuánto tiempo estarás aquí?...
Me lastima no haber traído un litro del mejor vino, para compartirlo contigo niño.
Me duele no haberme privado de cosas para verte feliz.

Ya no estás, y eras  ejemplo laborioso, un potro salvaje suelto en el mar,
ave contenta sobre las rocas, al ver las olas pasar…

Levanto la mirada ahora, no puedo mirar atrás, me persigue una ansiedad nueva por los años...
Las pálidas greñas se mecen con la brisa, los ojos se vuelven turbios, y las palabras se atoran.

¡Parece que va a llover!… tendré que regresar de nuevo a tus brazos entre mis sueños locos, para olvidar éste momento. Ahora me acosa la duda de saber si es mejor correr, o quedarme entre tus brazos de hielo, que parecen flotar entre las sombras.

¡Qué pereza!


Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, noviembre 13/13




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