Mis ángeles amados.
LLOVÍA
[145]
Era
hermoso si llovía…
El
tanque para recoger el agua,
todas
las vasijas de la cocina:
¡Corre
a recoger la ropa Dora María!,
y el
resto, arruchados en un rincón,
en
una esquina…
Si
llovía, el café era una delicia,
todos
lo probábamos, del más grande al más chico,
agua
de panela, así se llamaba a esas aguas que hervían
con
el color más hermoso, parecía oro derretido
y
el humo, /vapor que salía de la boca,
pareciendo
que nos fumáramos la rosa vida.
Esos
días maravillosos
abrigados
unos a otros en la misma cama,
arrinconados
buscando pies y manos
debajo
la ruana de mi padre,
o arruchados
en los brazos de mi vieja…
Cuando
llovía todo eran bendiciones…
Hasta
las goteras que se colaban en las alcobas,
esas
carreras que parecían juego
si
en verdad algo sucedía arriba del tejado
que
los hacía verse a los ojos
como
si doliera…
Debido
a eso, ahora recuerdo,
que
si llovía,
la
casa se venía encima…
Me
cambiaron de habitación.
Estábamos
todos en un seguro cuarto
con
ese rosario de tantas veces,
y
esa angustia de siempre…
Ahí
lo dijeron: No habrá otro invierno…
No
hay dinero para buscar nuevo tejado,
es
mejor venderla,
es
más suave protegerlos a ellos…
Y
me vi en otra casa,
en
otro alar…
Pero
allá no había orquídeas,
ni
begonias
ni
gorriones…
Se
probaban aguas agrandadas con papa
y
se tanteaban un poco más los bocados…
Fueron
otros tiempos…
Pero
si llovía, nada se mojaba,
y
el agua brotaba por los canales
en
donde tantas veces me desnudaba
para
gritar a carcajadas
¡y
correr!, ¡correr mucho!
si
los rayos se divisaban.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
noviembre 1/13
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