sábado, 12 de octubre de 2013

ENTRE FIEBRES Y SUEÑOS [85]



Publicado por Raquel en 10:06

ENTRE FIEBRES Y SUEÑOS [85]

Simplemente cerré los ojos, dejé toda mi carga de lado, el basural enorme que llevaba encima, con esas torturas que nos amarga la existencia, y mis enormes botas de caucho, con la fiebre a no sé cuánto y el deseo a mil.

La vieja alborotada cerró los ojos, no pensaría en “porquerías”, dicen las señoras levantando el dedo pequeño, y simplemente me dejé llevar del aroma de mi nuevo día.

Una cama, una cocina llena de ollas que no terminaba de lavar, sin guantes, mientras otra mujer joven, mi supuesta cuñada en otro sitio, hablaba conmigo, creo que había un niño también, mi hermana Sofía llevaba un bebé muy gordito y bello, de ojos azules y cabello rojo corto, me dijo que iría al negocio de Julián, a colaborarle.

El bebé era como esos muñecos que nos regalaba mi padre en la niñez, todo iba bien, pero no terminaba el quehacer,  la chica sólo se limaba las uñas, sentí deseos al escuchar gritos en la calle: ¡mandarinas deliciosas!... ¡naranjas!, ¡6 por dos mil!... pero a pesar de las fiebres y las ansias, nadie quiso correr, yo estaba ahí, vencida con éstos calores que a veces no me dejan ser.

Cerré los ojos de nuevo, ¡todo estaría bien!,  tomé un poco de limonada para aliviar la garganta, otra vez  la misma joven, una cuñada inexistente guardada en otra estación del tiempo, en la juventud que pasó tan veloz como las aves en otoño, y se quedaron para primavera en un jardín venturoso, lleno de gritos y castañas, tan abundante en cantos, que preferí dentro de mi sueño, no despertar.

-Yo lo amaba- le dije a mi cuñada… creía que sería el hombre que envejecería conmigo, tanto entregué mi amor, que olvidé mis propios sueños por estar con él. Pero así como siempre terminaban mis historias de amor, se casó con otra, sin aguardar a contarme el motivo, dejando mis labios abiertos en espera de los suyos, a pesar de que muchas veces había jurado “un amor a morir”, como una vieja melodía que escuchábamos.

-¡No lo sé!, la conoció en una fiesta, fue con ella a danzar, le fabricó en su vientre una hermosa niña y con ella se quedó… ¡no sé nada más! –dijo mi cuñada de cabellos largos, muy lisos.

Ya no quise preguntar nada, seguí dormida, el gato se estacionaba en un rincón, los demonios esperaban colgados de la pared, las frutas pasaron sin ser advertidas, y esa sensación de líquido en mi boca, esas ansias sin llenar, me hicieron despertar.

Ahí estaba todo… igual que cuando dormí, estaba mi pequeña silla de plástico esperando. Con las manos ardientes, mis ojos brillantes, sin querer saber más nada del dolor, dije que me retiraría de los sitios donde se llora la vida, y se clama por la muerte, no miraría a otros padecer, pues enfermaba, mis fiebres se volvían recurrentes, con esa tristeza que se queda para siempre, y nos roba las sonrisas de nuestros segundos, de nuestra propia existencia.

Ya no lloraré, sólo despertaré para bendecir la gracia del color, para agradecer el instante de la luz que se cuela por mi ventana, para decir que puedo alimentar un ave, y por esto no seré pobre, que puedo lavar la suciedad, y no seré pequeña por ésta razón…
Mi jardín está muy pobre, sólo unos cactus que temen crecer porque alguien decide cortar sus gajos, un pedazo de sábila, tan pequeña, que parece una niña enferma, y las hojas de mi árbol amado, que caen cada día, para que las palomas armen sus nidos en el alero de mi ventana… ¡tal vez no muera por esto!, o si acaso llegara a suceder, me iré con brillo en los ojos, pues no fui responsable de sus hambres, ni cobijé sus flacos cuerpos un nuevo atardecer, sin tener la bendición de llenar las barrigas a sus pichones.

Creo que Colombia perderá, pero no puedo gritarlo muy fuerte, nadie se atreve a una apuesta conmigo, desperté con ésta sensación…

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, octubre 11/13


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