EL
MAGDALENA [123]
Cerca del Magdalena vivo, muero y resucito.
Tan cerca, pero tan lejos de mis ojos.
Si a tocar sus aguas me antojo, /un muro de
cemento
divide la ciudad, para que todo sea robar con
los ojos
esas aguas vivas que serpentean y se alejan,
dejando un vacío enorme, distante
de sus aguas al pasar.
Es como si fuese tesoro de unos pocos
y no el río caudaloso lleno de bondades,
que todos amamos y deseamos.
Aquí cruzan enormes barcas, /todas llevan y
traen,
pero el río, mi amado Magdalena cada vez más
lejos
aun teniéndolo cerca de mi corazón,
solo tocado con el alma.
Muchas aves se enamoran a su paso…
Un surco lo divide, puede hacerse arrullos con el mar,
se vuelven azules o dorados, se abrazan sin
rubor,
se hacen el amor todo el tiempo
y en un conjuro de colores se entrelazan,
elevando sus blancas espumas,
para ser uno, como viejos amantes.
Aquí se une la miel con la sal,
¡qué magia es verlos juntos!
¡Hace tanto tiempo no voy allá!
Ahí los tiburones parecieran robar la dulzura
de su aliento
y las gaviotas, buscar entre el canto de las
dos aguas,
un verso declamado, con ese beso interminable
que los junta para eternizarlos.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
octubre 3/13
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