SUSURROS
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Un
susurro de cantera, de arenal caliente, brisas marinas, donde la ausencia de
gaviotas, me hizo ver un ocaso desteñido...
Más
de nuevo mi barca pequeña inició la travesía, continuó con el mismo empuje del
ayer.
Las
grandes rocas pegadas de un precipicio, en espera de un beso de sal, son pacientes por un día más.
Un
zumbido de abejas a mi oído me hace despertar en viejos poemas, en las hojas desteñidas del
marinero, que llevadas en su bolsillo, se deslíen de a poco, pero hay brillo en
los ojos, y un espejo nuevo es la vida, rostro donde las cicatrices sanan, se
borran las viejas y dolorosas historias.
No
debo mirar atrás, mi barca dirige hacia el norte, tu norte, ahí el amor es desbordante, son lluvia de perlas
que bajan del cielo, y sin máscara, tan desnuda como llegué, me aviento a las
olas sin pensar en ti.
Tropiezo
con tus negros ojos, los de siempre, los del amor que se quedó en mi corazón y
creció, para herir un poco más mi
pecho...
¿En
dónde estás mi amada letra del alfabeto? ¿Letra del amor que lleva tu nombre en
cada esquina, y en cada borde, y en cada visión, sobre un espejo pálido de
aguas?
Espero que el sendero sea llano, olas de ayer mansas aquí jugarían con ese Dios invisible, que
livianamente levantaba mi peso, como una pequeña hoja al viento...
Nada
pasa... nada me turba, nada me espanta, y de nuevo la oración tantas veces
repetida retorna, mi cabeza ya no es un
ovillo porque estás a mi lado, eres la fuerza que conduce mi vida, eres quien
la toma cuando deseas, eres éste loco que inunda mi cabeza de fantasías, tan
pequeñas, que todas se cumplen con cada número de un almanaque en mi pared.
Un
susurro nuevo a mi oído... ¡espera!, la gracia de cada día no es igual aunque
parezca repetido. Saber descubrir la magia que existe en cada uno, valorar a
cada ser en su esencia íntima, más no en ese exterior que formamos de otros,
que daña y lastima, es la verdad que nos besa al oído palabras ciertas.
Eres
el perfume de una rosa, caricia de madre en mis tristezas.
Enjugo
el salobre de cada día, ese que llena el mar con todas las riquezas del alma, y
retorno a mi casita blanca, a los quehaceres que me vuelven espiga dorada al
sol, al buscar tu voz en la distancia.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
septiembre 2/13
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