lunes, 2 de septiembre de 2013

SUSURROS [140]


SUSURROS [140]

Un susurro de cantera, de arenal caliente, brisas marinas, donde la ausencia de gaviotas, me hizo ver un ocaso desteñido...

Más de nuevo mi barca pequeña inició la travesía, continuó con el mismo empuje del ayer.

Las grandes rocas pegadas de un precipicio, en espera de un beso de sal,  son pacientes por un día más.

Un zumbido de abejas a mi oído me hace despertar en  viejos poemas, en las hojas desteñidas del marinero, que llevadas en su bolsillo, se deslíen de a poco, pero hay brillo en los ojos, y un espejo nuevo es la vida, rostro donde las cicatrices sanan, se borran las viejas y dolorosas historias.

No debo mirar atrás, mi barca dirige hacia el norte, tu norte, ahí  el amor es desbordante, son lluvia de perlas que bajan del cielo, y sin máscara, tan desnuda como llegué, me aviento a las olas sin pensar en ti.

Tropiezo con tus negros ojos, los de siempre, los del amor que se quedó en mi corazón y creció,  para herir un poco más mi pecho...

¿En dónde estás mi amada letra del alfabeto? ¿Letra del amor que lleva tu nombre en cada esquina, y en cada borde, y en cada visión, sobre un espejo pálido de aguas?

Espero  que el sendero sea llano,  olas de ayer mansas aquí  jugarían con ese Dios invisible, que livianamente levantaba mi peso, como una pequeña hoja al viento...

Nada pasa... nada me turba, nada me espanta, y de nuevo la oración tantas veces repetida retorna,  mi cabeza ya no es un ovillo porque estás a mi lado, eres la fuerza que conduce mi vida, eres quien la toma cuando deseas, eres éste loco que inunda mi cabeza de fantasías, tan pequeñas, que todas se cumplen con cada número de un almanaque en mi pared.

Un susurro nuevo a mi oído... ¡espera!, la gracia de cada día no es igual aunque parezca repetido. Saber descubrir la magia que existe en cada uno, valorar a cada ser en su esencia íntima, más no en ese exterior que formamos de otros, que daña y lastima, es la verdad que nos besa al oído palabras ciertas.

Eres el perfume de una rosa, caricia de madre en mis tristezas.
Enjugo el salobre de cada día, ese que llena el mar con todas las riquezas del alma, y retorno a mi casita blanca, a los quehaceres que me vuelven espiga dorada al sol, al buscar tu voz en la distancia.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, septiembre 2/13

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