ÁNGELES VERDES [56]
¡Son tan indefensos!, pero aquí pareciera que
a nadie importan, las acosan, construyen cada vez más mundos de cemento y ellas
no tienen más opción que llegar a la ciudad, buscar cualquier rincón, hasta un
sifón de alcantarilla para esconderse, salir de vez en cuando a tomar el sol, no
reaccionan al instante por el tema de sangre fría o caliente, pasan los
vehículos por encima, les abren las barrigas para tomar sus semillas, y así
las dejan hasta que mueren.
Es una vergüenza que todavía pase gente con
tiras de sus huevos vendiéndolos como pan por las calles, y que haya
compradores, sabiendo de dónde provienen y la manera como los sacan.
Con una cuchilla abren sus vientres, como si
no sintieran dolor, y les hurtan los huevos, ante sus despavoridos ojos, y así
las sueltan para que mueran, sin amor, aterradas de ese ser que en vez de
ayudarlas y protegerlas, les quita el don de la vida, y roba a sus hijos para
convertirlos en excremento.
He visto mucha injusticia, el pueblo clama,
mientras cada día atropella más a nuestros ángeles.
Ojo a la factura, a esa le tengo miedo, una
persona que maltrata a un ser indefenso, ¿qué clase de ser humano es?
Algunas veces he tenido que meterme entre las
rocas y sus vidas, es doloroso pero real, para esto sí leyes severas, ya que muchos
lo hacen como burla pues tienen sed de sangre.
Un vehículo nos adelantó cierto día, porque mi
hermano frenó para no matar a una de ellas que corría desesperada, y quien
venía detrás de nosotros aceleró, con el propósito de matarla y lo hizo, la
dejó herida en el camino, sangrante, mientras nos hacía pistola con las manos y
reía a carcajadas.
Cada rato encuentro una, ya quedan pocas por
aquí, la mansa que recibía bocados de fruta pero se enojaban porque daba
comida, ¡en mi jardín no!, y el pobre debía cruzar la carretera para acercarse
a mi jardín, un macho gigante y hermoso,
también lo atropelló un vehículo, corría de casa en casa buscando refugio y como
si fuera un asesino, todas las puertas se cerraron, hasta las del corazón.
Cierto día, frente a mi casa, cerca de donde
vivo, una mujer adulta, hombres y niños armados de rocas y palos, atacando a un
dinosaurio de 30 centímetros, y él herido y atormentado no sabía a donde ir, lo
hice espontáneamente, los regañé por lo que hacían, sin importar sus insultos y
la tomé, se dejó como un cordero, y la subí a un árbol, después la vi con los
ojos viendo al cielo, ante la impotencia y rabia que da, al advertir que el
hombre va perdiendo la razón de ser humano, para convertirse en una bestia
malvada.
No hay temor de Dios, la gente anda ocupada en
tanta vanidad del mundo, han olvidado que no estamos solos, nuestros ángeles
nos acompañan, y también éste mundo es de ellos, mientras el instante de la
lluvia, el momento del arco iris...
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, septiembre 20/13
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