ÁGUILAS [120]
Como águilas en el desierto acampamos un poco para elevarnos después, y admirar las maravillas de la tarde…
Parecía cansada, agotada de todo, asustada por
la oscuridad, recuerdo las manos que en mi fantasía infantil me despertaban, para
dañar esos sueños apacibles de soles y lunas, que se adornaban de doradas
estrellas, a quienes en su veloz huida, les robaba una ilusión, no quería cerrar
mis ojos luego, muda en mi aposento, esperaba la voz de mi estrella matutina y
su dulce canción de oraciones acompañada.
¡Es mía!... Yo la vi primero cuando brotó del
silencio oscuro, y el brillo de otros diamantes se perdía ante mis ojos, ¿cómo le
diría a mi estrella que alguien perturbaba mis entrañas, y mis sueños convertía en pesadillas?, ¡era tan pequeña!, no sabía deletrear sino su nombre,
pero un recuerdo ahondaba en mi corazón de niña.
Un poco más, y continúo mi viaje en la pequeña
barca de madera, aferrada a las raíces de un tronco vencido… ¿estoy dormida de
nuevo?, ¡parece que sí!, voy nadando dentro de un poema, soy un poema escarlata
bogando en la espesura de un lago, un ardor extraño, me han devorado viva los
peces, ¿de qué manera diré a mi estrella que algo malo sucede en mis
pesadillas?, más parece que jamás duermo, mis sueños son un despertar de
ausencias, donde todo es oscuro, sólo ella ilumina mis ojos, y un vuelco feliz
sacude mi carne, parezco cabrita de monte y deseo correr a sus brazos, para
quedarme ahí dormida para siempre.
Aparecen las primeras sonrisas, carcajadas que
se roba la tarde, manos arrugadas, rostros que se tiñen de violetas, y labios
cerrados…
Ahí están todos, cada estrella es su mirada,
el sonido del viento trae sus voces que a ratos me confunden y asustan, ¿quiénes son los que hablan en la
oscuridad?, parecen fieras que bufan a tu oído, ¡silencio, no grites!, ¡puedes morir ahora!, y el sacudón oprime un
corpiño inexistente, enmudezco como una flor marchita que se pisotea muchas
veces.
Veo espantos entre las ramas, pequeños
monstruos en el anochecer, es otro día, ¿cómo puedo contar los días?, ¡son tan
hermosos!, temo cerrar los ojos, pero al
despertar ahí están… ¡eran verdes ramas!, ¡eran niños voladores, que con la
brisa abrían sus alas, y dejaban volar el
alma entre los robles!
Soy ahora una gaviota, mis alas son tan blancas
como tu piel de armiño, diviso el mar,
el azul mar, y me cercan pequeñas olas, no tengo prisas; mi afán es descansar
sobre la roca, donde avisto la bondad de un remanso.
Ya no tengo miedo, descubrí a un sol dentro de
otro, es el poder de tus ojos maravillosos, ese era el sueño de cada día, tan
buscado, y lo hallé, escondido entre azules líneas que se unieron para
protegerme, en medio de águilas que no tenían garras, sino ojos, divinos ojos de madre
protegiéndome hasta en mi muerte.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, agosto 5/13
No hay comentarios:
Publicar un comentario