MIS FLORES [97]
Regresé a buscar mis
flores, pero ellas estaban ocultas entre un gran follaje. El verde era el
ganador de la batalla, el azul le rendía tributos a la tierra, en medio de
compases de lluvia y silencios de lagunas claras.
Escuché a los mirlos, se
repetían el mismo verso siempre, y ella respondía con mágica dulzura,
componiendo rosarios entre los nidos, que poco a poco tenían alas y entre ellas
volaban, y a través de ellas descubrían el universo ante sus ojos.
Recordé a Hilda, a mis
tías... A todas las que recogieron abundancias de colores, en medio de cánticos
y olores a hierbabuena, y otras que perdieron la razón de ser en éste mundo,
porque un látigo, una pena, el hambre acostumbrada en nuestros cuerpos nos
hacía reventar en llanto y componer versos de aguardiente, entre los
endurecidos muros de cemento de las ciudades.
Busqué mis flores rojas,
pero se volvieron violetas, corrí por un camino de piedra a buscar aquéllas mínimas
orquídeas de colores, un ropaje blanco se extendía, semejaban muertos azahares
bajo la lluvia.
¡Qué triste estoy!...
Han de estar felices, lo
sé... /repite Dora María cada instante con su don de vidente. Ella dice que
todos están en otra casa, inmensa y clara, con jardines húmedos donde nunca
falta el riego y las mariposas nunca mueren, ni preparan cárceles.
El depredador es amigo de
todos y se nutre de frutas frescas que caen de frondosos árboles.
Y cuando abandono el
recinto de mis letras, un olor inconfundible: ¡Mis flores!... su aliento tocándome,
parezco un piano, la voz brota de ese muerto instrumento, pero se hace vivo ante los dedos del poeta, y
entonces, sé que nunca morirán, estarán aquí, hasta que ese final hálito de
vida me acompañe.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, julio 19/13
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