IMAGINÉ
[163]
Imaginé
que me confundía con las amapolas,
que
al paso de una suave y helada corriente,
los
rayos del sol tenían vida, magia, fantasía.
Sentí
que era parte de un paisaje en donde no estabas,
que
volaba mi alma de águila triste y ausente,
pero
mis gritos se estrellaron contra las rocas,
para
regresar al navío de la vida, dispuesto para ti.
Me
perdí una vez más en mis pensamientos
siendo
una ola desnuda y clara.
Ahora
Soy un navegante sin rumbo,
me
dejé guiar por el brillo de mis sentimientos,
corrí
siendo una gacela, tras tu figura,
mi
estampa amada mi niño pequeño
mojando
sus alas en la rivera.
Di
la vuelta al destino,
vi
la suerte y te encontré
entre
amarillos y rojos colores.
Entre
blancos y verdes
sólo
para ti me doblé.
Los
girasoles de la vida
volteaban
de nuevo al sol,
para
en el atardecer,
bajar
el rostro ante lo apacible de la noche.
Caminé
de tu mano,
sentí
la tibieza de tu corazón;
palpitaron
dos palomas en invierno,
ante
un frío añejo, ese frío viejo de la vida
de
la paja húmeda y vencida
y nos
encontramos entre picos y lenguas húmedas,
abrazados
al fin, adheridos al bosque de luciérnagas,
aferrados
de la noche con su luna y sus estrellas…
Un
camino señalado eran tus manos,
cambié
la ruta y estabas ahí conmigo.
Luces
van y vienen
en
una discoteca de soles alegres,
para
verme en tu universo
como
parte de un todo.
Tomé
las flores blancas para mi vieja,
y
corrí de nuevo.
Era
blanco mi cabello de aurora,
pero
en ese futuro estabas,
eras
todo plumas, blancas plumas,
nieve
dulce sobre la copa de un árbol.
Sentí
alivio al abrir los ojos,
y
saber que los sueños existen,
que
el cerebro es una máquina que los ilumina
para
convertirlos en verdad ante una lápida.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
julio 4/13
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