DESCIFRANDO/A
Miriam Rueda [2]
En
aquel ruido del glaciar
entre
los quehaceres que la enmudecían,
estaban
los ojos de mi hermana mayor,
Myriam,
la coqueta de rubios cabellos
tejiendo
y enredando cometas
a
un amor que marchó,
y a otro que la descubrió
y a otro que la descubrió
escondido
tras la puerta.
Pero
el destino la dejó viuda temprano,
nunca
quiso confiar ni buscar otro amor,
prisionera
quedó en los ojos de mi madre
quien
siempre con un amor filial la miró.
Silenciosa,
callada, triste…
Entre
la cocina y el tropiezo del día a día,
pequeña
abeja en su panal,
la
veo a veces llorar, y otras, con su tímida sonrisa
tomar
su barca, que pareciera zozobrar.
Torna
la mirada hacia mi alar
paloma
que entre todas las virtudes, posee la de servir,
y
con mucha timidez agacha la cabeza,
no
sabe revirar y acepta de buen agrado
la
mágica voluntad de ese amante destino,
que
cubre de palidez su rostro
musitando
en mortal silencio una oración.
La
veo llegar,
no
sé si me sonríe o está a punto de llorar;
despacioso
andar que a sus años la embellecen,
porque
ella es como una perla azul,
escondida
en el mar.
Tan
poco agradecidos ante su bondad
la
vemos pasar cojeando un poco,
del
almacén a su hogar,
a
veces sin un beso se despiden,
¡y
eso que es mi hermana mayor!
Y
regresa, se renuevan los días en la nueva esquina.
Allí, con asombro descubro cada día
bellas
flores de cactus –con mi gajo pendiente-,
el
reverdecer de un resedal que tiene su olor
invitando
a pequeñas aves a tomar de sus gajos,
diminutas
semillas que vienen y van con la brisa
entre
aromas a frutos frescos de durazno,
que
desde su árbol,
disfrazan diminutas flores
disfrazan diminutas flores
cual
si fueran de azahar.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
julio 30/13
Publicado
por Raquel en
17:59
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