ANÉCDOTAS
CON MI VIEJO [150]
Es
verdad que cuando mi padre compró la finca La Cacica, al lado de la casa
antigua, la propia, donde vivimos, la tierra se sacudió tan terrible que se
abrió; los perros dieron aviso de que algo sucedería, y empezaron a ladrar como
lobitos… ¡ auuuuuu!, ¡auuuuuuuuuu!, con
ese sonido desgarrador que todos conocemos.
También,
que mi madrina Noema Martínez me salvó la vida, porque corrió apresurada, con
ese instinto de mujer, y me despertó, bajándome de la cama, al momento, el
techo cayó sobre ella, hubiese habido papilla a la Sheila.
Puedo
contar que había un camino al lado derecho, una carretera en mitad de la finca
por donde entraba el dueño de la otra propiedad, como perro por su casa, pero
la casa era de Pedro, mi padre, y recuerdo tanto el olor de unas flores
amarillas, que no tenían pétalos sino como palitos en miniatura, que olían
delicioso. Mi madre decía que de ahí
sacaban perfume, y también, que tomaba varias y me restregaba por el cuerpo
para oler como ellas.
Él
se percató enseguida, cuando el tipo vecino con su arrogancia entraba y salía,
sin saludar ni ser cortés, /¡mi viejo sí que lo era!, es más, se pasaba… Como
si fueran sus predios, parecía un caballo de paso fino en medio de casa ajena, y mi Cucho que no era ningún caído del zarzo,
al otro día, decidió que ahí habría un hermoso huerto, y selló la entrada.
Una
pequeña discusión, y mi padre como todo macho de Santander, noble, pero hasta
que la gente no lo quiera ver de pendejo, orinó su territorio y se hizo respetar,
aumentando nuestra confianza en el roble hermoso de nuestro humilde hogar.
Ahora nuestra finca vale tanto dinero, que ni
con un baloto la podríamos comprar de nuevo, los precios los coloca la
actualidad materialista, ¿quién puede comprar algo que no tiene precio?
“Éstos
son mis predios” –dijo mi viejo- Usted tiene un camino por su finca, no tiene
por qué venir aquí cuando le dé la gana, entrar y salir como si esto fuera
suyo, dejando el falso abierto para que mis reses se salgan y las suyas entren
a mis potreros.
¿Qué
discutiría el tipo?, recuerdo gritos y bravuconadas, para finalmente coger
camino y aceptar que mi padre tenía toda la razón.
Los
adinerados de la época como en todas, abusaban del campesino, y ellos siempre
se humillaban, dejando que los pisotearan, pero con mi familia pocos cuentos de
éstos, porque los Rueda son de respeto, ¡y a quien no le guste, pues venga a
verrrr, pa picarlo a machete! -(Dicho de los campesinos para azuzar a pelea)
Una
anécdota que recuerdo, porque mi Jefe me dio una mente prodigiosa, y hay
detalles de mi niñez que los tengo ahí como si estuviesen sucediendo ahora, es
que el señor, que no quiero nombrar, por respeto a su memoria, y porque es mi
paisano, decidió también, que en su finca se botarían todos los desechos y
basuras del pueblo, pues servirían de abono para sus cosechas, sin contar que
la hediondez dañaría nuestra paz, y que millones de moscas serían un tormento
nuevo, poniendo en peligro nuestra salud y la de todos los campesinos
alrededor, y éste nuevo problema lo afrontó mi viejo poniéndole el pecho, ¡de
frente, con valentía, como un macho arrecho!, así le gritaba a mis hermanos con
una sonrisa en el rostro.
No
valió reclamos por las buenas, ni llevar la queja a la Alcaldía, pues el tipo
era peso pesado, y los otros campesinos “muertos de hambre”, como los llamaban;
pero el ingenio de mi padre no tenía fronteras, y entonces se reunió con los
campesinos afectados como nosotros, a proponer un recurso a ver si les paraban
bolas, y llegaron en grupo a Zapatoca a la plaza principal, donde había mercado
el día domingo y los campesinos llegaban a ofrecer sus productos sin
intermediarios.
Se
dedicaron a recoger las moscas, había un veneno muy bueno y recogieron un
bulto, que esto eran millones de insectos, y llegaron de nuevo a la alcaldía a
poner la queja, con el cuerpo del delito y muchos testigos alrededor.
Nada
que les pararon bolas, pero las moscas quedaron regadas frente al dichoso
palacio de justicia…
Mi
viejo lindo, cuánto reíamos después, al iniciar a contar todas las historias
una y otra vez.
Ni
siquiera los tuvieron en cuenta, pero había otra solución, pero tendría que
hacerlo callado, sin contar siquiera a sus amigos.
Sin
decir nada a nadie, fue al basurero y le echó gasolina, prendiendo fuego a toda
esa porquería, ahora lo confieso, fue mi viejo, Pedro Agustín Rueda Rueda, un
macho arrecho de Santander, que dijo: ¡No más, no me jodan más!... nadie, por
más dinero que tenga, me va a prohibir vivir en paz con mis hijos, en la finca
que con tanto amor compré para ellos.
Fue
una solución acertada y el basurero se canceló.
El
gusto nos duró poco, porque mi madre siempre quería salir a donde brillara más
el sol, pero mi sol estaba en esa finca preciosa que fue vendida a mi padrino,
quien a su vez a otro, y así, hasta que pasó a otras manos que no son de la
familia.
Llega
el nuevo año, inventaron viaje para
Bucaramanga. Con el dinero de la venta, se compró una volqueta, y ahí estábamos todos
sus hijos, leyendo los avisos y adueñándonos de todos los vehículos que
pasaban, con algarabía y contento, ¡el que viene ahora es mío!... ¡no… ese lo
vi yo primero, ¡es mío!, ¡el suyo es ese destartalado que viene allá!, así
pasamos todo el camino, hasta que llegamos al sitio que sería nuestro nuevo
hogar, en medio de carcajadas y enojos.
Las
historias de sobrevivencia y lucha de mi padre, serían las de un hombre
valeroso que no se dejaba amilanar del mal tiempo, y nuestra vida continuó con
la lucha diaria, con ahínco y fuerza, siempre con la confianza puesta en Dios,
encontrando una inmensa casa de un amigo, “Martín Sadataco”, (el apellido era
un apodo, nunca supe cuál era su apellido real). Salía mucho con él a tomar
chicha o guarapo, cuando llegaba entonado, le decíamos: ¡Ajá!
¿Sadataquiando?... ¡Sadatacos y más Sadatacos, y chicha encima, y chicha encima!;
soltando todos una carcajada que jamás amarrábamos demasiado.
Fue
en su casa donde nos albergamos todos, un gran solar con un árbol de mango en
el centro, antes le llamaban mediagua, era un sitio muy grande, encerrado en
muro, con tejas de barro.
Mi
madre embarazada de Julio César, con 14 hijos. En la finca perdió a su bebé
Rosa María, pero la muerte de mi abuela
la tenían muy triste, al mes falleció Rosita pues había nacido de 8 meses, eran
días demasiado fríos y el calor no alcanzó. Tal vez por ésta razón no quería estar más
ahí.
Este
era el barrio Mutis, antiguo aeropuerto de Bucaramanga y la empresa Urbanas, ahí
mi viejo trabajó, llevando tierra para la construcción del aeropuerto nuevo,
donde muchas veces me llevó con él y me sentía triste al ver como derribaban
árboles inmensos y ver tanto animalito por ahí, sin saber a dónde ir, pero el
supuesto progreso no se detiene ante nada y la vida continuaba su curso. Otra
historia de familia nos encontró reunidos en la ciudad de los parques.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
julio 5/13
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