domingo, 7 de julio de 2013

ANÉCDOTAS CON MI VIEJO [150]

ANÉCDOTAS CON MI VIEJO [150]

Es verdad que cuando mi padre compró la finca La Cacica, al lado de la casa antigua, la propia, donde vivimos, la tierra se sacudió tan terrible que se abrió; los perros dieron aviso de que algo sucedería, y empezaron a ladrar como lobitos… ¡ auuuuuu!, ¡auuuuuuuuuu!,  con ese sonido desgarrador que todos conocemos.

También, que mi madrina Noema Martínez me salvó la vida, porque corrió apresurada, con ese instinto de mujer, y me despertó, bajándome de la cama, al momento, el techo cayó sobre ella, hubiese habido papilla a la Sheila.

Puedo contar que había un camino al lado derecho, una carretera en mitad de la finca por donde entraba el dueño de la otra propiedad, como perro por su casa, pero la casa era de Pedro, mi padre, y recuerdo tanto el olor de unas flores amarillas, que no tenían pétalos sino como palitos en miniatura, que olían delicioso.  Mi madre decía que de ahí sacaban perfume, y también, que tomaba varias y me restregaba por el cuerpo para oler como ellas.

Él se percató enseguida, cuando el tipo vecino con su arrogancia entraba y salía, sin saludar ni ser cortés, /¡mi viejo sí que lo era!, es más, se pasaba… Como si fueran sus predios, parecía un caballo de paso fino en medio de casa ajena,  y mi Cucho que no era ningún caído del zarzo, al otro día, decidió que ahí habría un hermoso huerto, y selló la entrada.

Una pequeña discusión, y mi padre como todo macho de Santander, noble, pero hasta que la gente no lo quiera ver de pendejo, orinó su territorio y se hizo respetar, aumentando nuestra confianza en el roble hermoso de nuestro humilde hogar.

 Ahora nuestra finca vale tanto dinero, que ni con un baloto la podríamos comprar de nuevo, los precios los coloca la actualidad materialista, ¿quién puede comprar algo que no tiene precio?

“Éstos son mis predios” –dijo mi viejo- Usted tiene un camino por su finca, no tiene por qué venir aquí cuando le dé la gana, entrar y salir como si esto fuera suyo, dejando el falso abierto para que mis reses se salgan y las suyas entren a mis potreros.

¿Qué discutiría el tipo?, recuerdo gritos y bravuconadas, para finalmente coger camino y aceptar que mi padre tenía toda la razón.

Los adinerados de la época como en todas, abusaban del campesino, y ellos siempre se humillaban, dejando que los pisotearan, pero con mi familia pocos cuentos de éstos, porque los Rueda son de respeto, ¡y a quien no le guste, pues venga a verrrr, pa picarlo a machete! -(Dicho de los campesinos para azuzar a pelea)

Una anécdota que recuerdo, porque mi Jefe me dio una mente prodigiosa, y hay detalles de mi niñez que los tengo ahí como si estuviesen sucediendo ahora, es que el señor, que no quiero nombrar, por respeto a su memoria, y porque es mi paisano, decidió también, que en su finca se botarían todos los desechos y basuras del pueblo, pues servirían de abono para sus cosechas, sin contar que la hediondez dañaría nuestra paz, y que millones de moscas serían un tormento nuevo, poniendo en peligro nuestra salud y la de todos los campesinos alrededor, y éste nuevo problema lo afrontó mi viejo poniéndole el pecho, ¡de frente, con valentía, como un macho arrecho!, así le gritaba a mis hermanos con una sonrisa en el rostro.

No valió reclamos por las buenas, ni llevar la queja a la Alcaldía, pues el tipo era peso pesado, y los otros campesinos “muertos de hambre”, como los llamaban; pero el ingenio de mi padre no tenía fronteras, y entonces se reunió con los campesinos afectados como nosotros, a proponer un recurso a ver si les paraban bolas, y llegaron en grupo a Zapatoca a la plaza principal, donde había mercado el día domingo y los campesinos llegaban a ofrecer sus productos sin intermediarios.

Se dedicaron a recoger las moscas, había un veneno muy bueno y recogieron un bulto, que esto eran millones de insectos, y llegaron de nuevo a la alcaldía a poner la queja, con el cuerpo del delito y muchos testigos alrededor.

Nada que les pararon bolas, pero las moscas quedaron regadas frente al dichoso palacio de justicia…

Mi viejo lindo, cuánto reíamos después, al iniciar a contar todas las historias una y otra vez.

Ni siquiera los tuvieron en cuenta, pero había otra solución, pero tendría que hacerlo callado, sin contar siquiera a sus amigos.

Sin decir nada a nadie, fue al basurero y le echó gasolina, prendiendo fuego a toda esa porquería, ahora lo confieso, fue mi viejo, Pedro Agustín Rueda Rueda, un macho arrecho de Santander, que dijo: ¡No más, no me jodan más!... nadie, por más dinero que tenga, me va a prohibir vivir en paz con mis hijos, en la finca que con tanto amor compré para ellos.

Fue una solución acertada y el basurero se canceló.

El gusto nos duró poco, porque mi madre siempre quería salir a donde brillara más el sol, pero mi sol estaba en esa finca preciosa que fue vendida a mi padrino, quien a su vez a otro, y así, hasta que pasó a otras manos que no son de la familia.

Llega el nuevo año,  inventaron viaje para Bucaramanga. Con el dinero de la venta,  se compró una volqueta, y ahí estábamos todos sus hijos, leyendo los avisos y adueñándonos de todos los vehículos que pasaban, con algarabía y contento, ¡el que viene ahora es mío!... ¡no… ese lo vi yo primero, ¡es mío!, ¡el suyo es ese destartalado que viene allá!, así pasamos todo el camino, hasta que llegamos al sitio que sería nuestro nuevo hogar, en medio de carcajadas y enojos.

Las historias de sobrevivencia y lucha de mi padre, serían las de un hombre valeroso que no se dejaba amilanar del mal tiempo, y nuestra vida continuó con la lucha diaria, con ahínco y fuerza, siempre con la confianza puesta en Dios, encontrando una inmensa casa de un amigo, “Martín Sadataco”, (el apellido era un apodo, nunca supe cuál era su apellido real). Salía mucho con él a tomar chicha o guarapo, cuando llegaba entonado, le decíamos: ¡Ajá! ¿Sadataquiando?... ¡Sadatacos y más Sadatacos, y chicha encima, y chicha encima!; soltando todos una carcajada que jamás amarrábamos demasiado.  

Fue en su casa donde nos albergamos todos, un gran solar con un árbol de mango en el centro, antes le llamaban mediagua, era un sitio muy grande, encerrado en muro, con tejas de barro.

Mi madre embarazada de Julio César, con 14 hijos. En la finca perdió a su bebé Rosa María, pero  la muerte de mi abuela la tenían muy triste, al mes falleció Rosita pues había nacido de 8 meses, eran días demasiado fríos y el calor no alcanzó.  Tal vez por ésta razón no quería estar más ahí.

Este era el barrio Mutis, antiguo aeropuerto de Bucaramanga y la empresa Urbanas, ahí mi viejo trabajó, llevando tierra para la construcción del aeropuerto nuevo, donde muchas veces me llevó con él y me sentía triste al ver como derribaban árboles inmensos y ver tanto animalito por ahí, sin saber a dónde ir, pero el supuesto progreso no se detiene ante nada y la vida continuaba su curso. Otra historia de familia nos encontró reunidos en la ciudad de los parques.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, julio 5/13 

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