lunes, 17 de junio de 2013

MI CIGÙEÑA (70)

MI CIGÛEÑA [70]

Cuando al declinar el sol
el ardor en las praderas consumase,
las arboledas se llenaron de cantores pasajeros
y las nubes incansables,
van con sus pesadas cargas
y entre las montañas agrestes,
sin importar, heridas continúan…

Ya era tarde,
el viejo dolor, de sombra le seguía,
de su poca fuerza un alivio,
sobre su pecho convertido en daga,
ensombreció la sonrisa,
al leve aliento de sus oraciones.

Ahí estaban todos,
había pasado ante sus ojos el dorado toche,
el más bello de todos llegó hasta su alcoba ensombrecida
para dejar un trino sobre tan hermoso árbol,
encendido en luces de la noche
luciérnagas titilantes
en las miradas de todos los que le amaban.

¡La libertad tan bella y deseada…! ¡Al fin en casa!
Llegó a su pequeño jardín de rojas y pequeñas flores
y sus manos heridas,
entre tallos espinosos de arrugadas sendas,
donde viejas cicatrices mostraban lo duro de la vida
y lo amargo de las despedidas,
fueron un viejo recuerdo, en algún lugar en el tiempo.

Fue ahí cuando tomé su mano,
fue en ese momento
que en sus lámparas se opacó el brillo,
cual estrella que decide navegar en otro cielo
y mis ojos cerrados te ocultaron.

Un segundo, sólo un segundo bastó…
Siendo mariposa que su cárcel abre
extendió sus alas mi garza de ojos verdes
mientras en un plácido sueño me encontré,
y ella, dejó sus perlas quietas,
entre los cristales de su alacena
para que otras manos los cerraran.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, junio 17/13



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