lunes, 13 de mayo de 2013

MATRIMONIO (117)


MATRIMONIO (117)

Compartir hechos importantes,
felices o tristes, es amar el hecho de existir,
para dar y darnos a otros sin mezquindad
y aceptar que de los errores pasados

podemos aprender cada segundo, y mejorar.



A mis amigos les diré que Richard es mi amor,

lo conocí amando la naturaleza,

conviviendo entre hienas y leones.


Aprendió que su amor sin límites

es símbolo y motivo,
para levantarse cada día
agradeciendo a Dios por ser como es.

Lo vi sonreír a las garzas y hablar con ellas.
Una cabellera negra acariciaba mientras me veía,
pareciendo un pequeño gato entre sus piernas
cuando para muchos era una fiera, 
a quien el amor convertía
en un bebé sediento de besos.

Sus ojos tenían brillo de estrellas;
sus labios, carcajadas que daban felicidad a todos,
y sonreír se convirtió en un vicio.

Entre sus brazos aprendí a ser agradecida
brindando por cada día de sueños
desde mi enramada.

Mi amor le cantaba a las cascadas,
sabía ver al sol como a un Dios amanecido
que dejaba su tibieza,
para regalar aliento al bosque,
y me prestaba de su corazón, los latidos.

Su cuerpo de amante dulce y despacioso
que se daba su tiempo, 
como la enredadera en la que me convertí 
al descubrir que era su detalle,
la maravillosa razón,
por la que su anhelo
me convirtió en amante esposa.

Cuando recibí todas sus flores
y el elixir de la vida estuvo en mí,
comprendí que sería para siempre
la hermosa flor de alhelí
en la herida de una roca.

Se quedó en mis hijos,
en sus propias estaciones…

En las hermosuras de sus carreras
 buscándole a la vida
esas razones para levantarse cada mañana
y descubrir la flor esperanza
en sus manos fuertes,
que les dejaba un consuelo,
para que pudieran continuar.

A Richard le digo
que fue un regalo de Dios;
tan regalo,
como el que recibe el mar cada mañana
entre las olas encrespadas,
cantando una serenata
tocada por la flauta del viento
que le suspira por dentro.

Así es mi sucio lago,
que hace brotar una flor de loto,
y en medio de su blancura,
invita al colibrí a que la tome.


A las pequeñas abejas 
que roban un poco de su néctar

donde enredo mi cuerpo 
de mujer en su tronco,

y tomo de sus labios exquisito vino

que me hace tan feliz cada día,
pero muchos se turban

creyendo que lloro,
cuando en verdad, estoy cantando.



Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 13/13 

No hay comentarios:

Publicar un comentario