lunes, 20 de mayo de 2013

EL AMOR (61)

Ocaso Puerto Colombia.  Sonia Rueda B.


EL AMOR (61)

Busqué un arpa en mis letras 
y empecé a componer algo.

Subí la cuesta para besarte, 
encontré tu lengua ocupada en otra boca, 
entonces tomé un tiple 
y seguí componiendo bajo un árbol.

Me elevé como un cóndor 
pues mi corazón estaba vacío, 
no comprendía qué era el amor, 
si el deseo tenía que ver con él, 
y me estrellé con mis pensamientos.

Escuché un eco lejano que me llamaba, 
seguí el ritmo de mi corazón; 
al ver sus ojos dorados en los míos, 
un aleteo de palomas, 
un sube y baja de calores, 
mi encendido rostro y una corriente 
que se quedaba en el lugar de los encantos, 
me dijo que el amor estaba aquí, 
o allá, que debía perseguirlo.

Con nuevo impulso tomé una lira, 
empecé a tocar a mi ritmo. 
Cada melodía única que brotaba 
parecía el canto del canario prisionero, 
me enternecía mucho, 
sólo cantaba viendo al cielo, 
un lejano espacio hurtado, 
un amor lejano robado, 
y empecé a danzar en medio de la música 
y el trinar  del río.

Allá sobre los cerros tal vez, 
en el cielo tapizado de luciérnagas, 
en el mar espejo donde se copiaba el universo, 
en tus ojos negros tan amados, tan inolvidables, 
en las palomas que anidan una y otra vez en mi balcón, 
encontré el amor…

Sabía que no estaba errada, 
un simple verso es amor, 
una hoja dorada que baja sin prisas de un árbol, 
que decide convertirse en otoño, 
para hacer brotar niños nuevos y felices, es amor; 
sus flores que se convertirán en fruto y   semilla, 
son todo lo que buscaba, y estaba aquí cerca de mí; 
pero andaba como loca buscándolo en gallineros ocupados, 
en bocas cerradas y en corazones endurecidos…

Sí  amor, estás aquí bordeando la cascada, 
eres un ramo de orquídeas blancas y amarillas, 
una enredadera de brotes pequeños, 
un cardo lleno de flores sobre una endurecida roca.

Decidí que no volaría más… 
Me cansé de buscar el amor errado, 
aquí hay abundancias y a éstas perlas me atengo, 
a las carcajadas de una cascada sobre las rocas, 
a los cascabeles que suenan en la oscuridad, 
sin herir ni matar.

Mi amor trina sobre una delgada rama, 
mi dulce cariño está bajo gotas de rocío 
que se escurren entre las flores de un roble 
después de un aguacero, 
y desborda en caricias que se alejan, 
para besar el mar,   
y convertirlo en el rey de mis amores, 
a donde el sol se deja derretir. 

Se convierte ahora, en una sábana de oro 
cuando se despide, en ese segundo, 
y resplandece un beso de Dios en el ocaso, 
con magníficos colores 
que sólo se descubren en una tarde apacible, 
viendo que en un instante 
se torna de brillos mágicos y desaparece, 
para resplandecer en otro día, 
en otra madrugada…

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, mayo 20/13

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