EL
AMOR (61)
Busqué
un arpa en mis letras
y empecé a componer algo.
y empecé a componer algo.
Subí la cuesta para besarte,
encontré tu lengua ocupada en otra boca,
entonces tomé
un tiple
y seguí componiendo bajo un árbol.
y seguí componiendo bajo un árbol.
Me
elevé como un cóndor
pues mi corazón estaba vacío,
pues mi corazón estaba vacío,
no comprendía qué era el
amor,
si el deseo tenía que ver con él,
y me estrellé con mis pensamientos.
Escuché
un eco lejano que me llamaba,
seguí el ritmo de mi corazón;
al ver
sus ojos dorados en los míos,
un aleteo de palomas,
un sube y baja de calores,
un sube y baja de calores,
mi encendido rostro y una corriente
que se quedaba en el lugar de los encantos,
que se quedaba en el lugar de los encantos,
me dijo que
el amor estaba aquí,
o allá, que debía perseguirlo.
o allá, que debía perseguirlo.
Con
nuevo impulso tomé una lira,
empecé a
tocar a mi ritmo.
Cada melodía única que
brotaba
parecía el canto del canario prisionero,
me enternecía mucho,
sólo cantaba viendo al cielo,
sólo cantaba viendo al cielo,
un lejano espacio hurtado,
un amor lejano
robado,
y empecé a danzar en medio de la música
y el trinar del río.
Allá
sobre los cerros tal vez,
en el cielo tapizado de luciérnagas,
en el mar espejo donde se copiaba el universo,
en tus ojos negros tan amados, tan
inolvidables,
en las palomas que anidan una y otra vez en mi balcón,
encontré
el amor…
Sabía
que no estaba errada,
un simple verso es amor,
una hoja dorada que baja sin
prisas de un árbol,
que decide convertirse en otoño,
para hacer brotar niños
nuevos y felices, es amor;
sus flores que se convertirán en fruto y semilla,
son todo lo que buscaba, y estaba aquí
cerca de mí;
pero andaba como loca buscándolo en gallineros ocupados,
en bocas
cerradas y en corazones endurecidos…
Sí amor, estás aquí bordeando la cascada,
eres un ramo de orquídeas blancas y amarillas,
una enredadera de brotes pequeños,
un
cardo lleno de flores sobre una endurecida roca.
Decidí
que no volaría más…
Me cansé de buscar el amor errado,
aquí hay abundancias y a
éstas perlas me atengo,
a las carcajadas de una cascada sobre las rocas,
a los
cascabeles que suenan en la oscuridad,
sin herir ni matar.
Mi
amor trina sobre una delgada rama,
mi dulce cariño está bajo gotas de rocío
que se escurren entre las flores de un roble
después de un aguacero,
después de un aguacero,
y
desborda en caricias que se alejan,
para besar el mar,
para besar el mar,
y convertirlo en el rey de mis amores,
a
donde el sol se deja derretir.
Se convierte ahora, en una sábana de oro
cuando se despide, en ese segundo,
y resplandece un beso de Dios en el ocaso,
cuando se despide, en ese segundo,
y resplandece un beso de Dios en el ocaso,
con magníficos
colores
que sólo se descubren en una tarde apacible,
viendo que en un
instante
se torna de brillos mágicos y desaparece,
para resplandecer en otro día,
en otra madrugada…
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
mayo 20/13
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