miércoles, 17 de abril de 2013

SOY UN ÁGUILA [83]

SOY UN ÁGUILA [83]

No hay frío si estás conmigo,
si tu música llena mi estancia,
si está la esperanza de tu amor.

No existe la soledad si puedo verte 
a través de la brisa,
de esa blanca sombra, 
que parece al infinito volar.

No estoy sola 
si te presiento cada segundo a mi lado.
En los ojos de mis niños al despegar, 
al reír, al llorar…

Si puedo sentir dolor y felicidad
y mis alas extendidas 
vienen y van.

Soy el águila soñadora,
tus bosques infinitos son mi anhelo.
La cúspide del cielo 
en donde brotan naranjales
y es mía tu noche, 
tus azules terciopelos,
los pétalos de las flores 
que puedo detallar como un milagro.

No estoy sola… 
Te veo bajar desde los cerros,
un traje de seda parece cantar
y entre las rocas se esconde
desapareciendo cual serpiente,
besando flores de arrayán a su paso
y orquídeas que se antojan de musgos
y madrigales frescos.

No estoy triste si puedo imaginarte…
Si acaso no me abandonas a mi suerte
ni me dejas en el olvido de la tarde,
como algo que se toma y se desecha.

Y chillo, 
mi chillido rebota entre las montañas,
ese llamado agudo escuchas 
y me alejo.

Dejo las espinas del alma de lado.
Abre una flor nueva y muere  otra,
y entre magia y fantasía 
continúo el vuelo.

Se alejan las blancas gaviotas,
buscan del mar un consuelo,
en sus azules aguas se bañan
cubiertos de besos de olas
y tonadas que bajan del cielo.

Cuando al fin pinta de negro la tarde,
las bandadas se alejan tras un cayado,
ese vuelo invencible del amor los sostiene.

Son pequeñas barcas blancas, 
que en vez de nadar vuelan
para formar una orquesta de amores
que desde mi cerro advierto 
como un contento de mañana.

¿Que no existe Dios?... 
¿Que mi barca no tiene quién la guíe?
Pero abro los ojos y te descubro cielo mío…

Montañas mías, 
estrellas brillantes en el ponto,
y sé que eres todo, 
las flores, las miradas…

Ese bullicio interno en el vientre del mar,
el grito silencioso de un herido que no habla como yo,
pero se desvía aterrado entre lianas de colores
pues los árboles muertos no resucitan,
pero el amor permanece
perfumando entre las flores.

Hay una herida abierta
donde se mutila la razón del ser 
y se apagan las luciérnagas
para volver a iluminar
las noches más negras.

Mi amor… ¡mi amor!…
Siempre tú mi niño grande.

Mis ojos de trigo:
danzando con la brisa te advierto,
dejas un suspiro en mi corazón que me alienta;
descubro que eres la verdad 
y te persigo.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, abril 17/13



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