MI
GORRIÓN [11]
Me
recosté un rato, siempre una inquietud, ese atoro que a veces nos invita a
ver hacia ningún sitio, como un ave perseguida, a quien le derribaron su único
árbol, y estando así, me quedé dormida; ¿o será que estoy despierta?
Buscaba
a ese Dios que siempre está oculto, en
tanto escuchaba el trino de una pequeña ave, tan colorida y hermosa, que no
sabía de dónde había salido, ni quién había adornado sus alas con tal gracia y
majestuosidad.
Un
suave gorjeo repetido una y otra vez, una caja musical dentro de su corazón me
conmovió una vez más, y otro canto respondía desde cualquier parte, ella sólo
batía sus alas y saltaba de rama en rama.
Siempre
mi pregunta: ¿Cómo saben a dónde ir?, ¿encontrar el camino cuando están perdidos?
¿Quién enseñó a sus padres que tendrían que empollar y alimentar, hasta que
pudieran volar, indicándoles la manera de hacerlo?
Muchos
dicen que no tienen sentimientos, sólo instintos; pero he visto a un gato tomar
a sus pichones, y ellos querer defender el nido a costa de su propia vida, los
he visto perseguir al depredador, y también permanecer silenciosos sin deseos
de cantar, pero de nuevo ante el calor del sol se animan, y trinan, como si le
sonrieran a la vida, entre ellos se avisan del peligro amando siempre lo que
son, ya que lo demuestran.
Seguí
soñando… el tordillo, el ruiseñor, el pequeño gorrión, el colibrí, cada uno en
su misión en la vida, tan felices probando flores y picoteando aquí o allá,
pero cuando nos divisan, un miedo les advierte que no deben acercarse mucho,
pues quienes lo hacen, serán prisioneros de aquéllos, que debieran ser sus
amigos y protectores.
Busco
a ese Dios, pero no sé en dónde se encuentra, un olor a flores llega a mi
estancia, pero no sé de donde proviene, una luz alumbra para que pueda ver, y
no sé quién la enciende.
Mi
corazón está muy abatido, una roca aprisiona y mi cabeza parece reventar, pero
cuando estoy dormida, el dolor desaparece, ha de ser así también la muerte, un
regalo, es sólo un regalo que nace con nosotros, pero no sabemos que es un
regalo hasta que comprendamos el valor del sueño.
He
reparado mis fuerzas, escucho melodías hermosas, mi silencio es tal vez el
mejor regalo, la quietud que acompaña mis instantes; el reposo a tantas cosas
vanas de la vida que estoy descubriendo, y que me invitan a levantar el rostro,
y salir corriendo a ver una roca besada por las olas, y escuchar el rumor del
mar… allí ha de estar, y seguiré buscándolo, veré hacia el norte, el sur… en
algún sitio, en el cielo donde se copian los colores que dan vida al desierto,
en la oscuridad que se llena de pequeñas luces violetas… en algún sitio estará…
¿o será que está aquí conmigo?
Para
comprender, creo que debo doblar mis rodillas de nuevo y ahí estará, donde estén
los ojos de los niños, tal vez… pero creo que no… Él debe pernoctar donde
no he buscado nunca, y es en mi propio interior, sólo así descubriré que su
rostro es nuestro propio rostro, y entonces tendré que sonreír al espejo, para
impedir que se vaya, y buscar el rincón más silencioso, para saber que Él
siempre está si lo necesitas, sin
importar la clase de plumas que lleves encima, te acepta tal cual eres, con tus
miserias y tristezas, con tus grandes tesoros o sin ellos, para Él no hay
disfraz pues los conoce todos.
Me
inclino a creer que esa avecilla que no ha parado de cantar en mi árbol, es Él…
y sólo invita a que lo descubra: ¡ey aquí!, eleva tu rostro, soy quien te canta
al oído para cambies esa mirada triste y sonrías, pues tienes vida, y puedes
contemplarme en medio de tus ojos.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
enero 29/13
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