lunes, 28 de enero de 2013

MI GORRIÓN [11]

MI GORRIÓN [11]

Me recosté un rato, siempre una inquietud, ese atoro que a veces nos invita a ver hacia ningún sitio, como un ave perseguida, a quien le derribaron su único árbol, y estando así, me quedé dormida; ¿o será que estoy despierta?

Buscaba a ese Dios que siempre está  oculto, en tanto escuchaba el trino de una pequeña ave, tan colorida y hermosa, que no sabía de dónde había salido, ni quién había adornado sus alas con tal gracia y majestuosidad.

Un suave gorjeo repetido una y otra vez, una caja musical dentro de su corazón me conmovió una vez más, y otro canto respondía desde cualquier parte, ella sólo batía sus alas y saltaba de rama en rama.

Siempre mi pregunta: ¿Cómo saben a dónde ir?, ¿encontrar el camino cuando están perdidos? ¿Quién enseñó a sus padres que tendrían que empollar y alimentar, hasta que pudieran volar, indicándoles la manera de hacerlo?

Muchos dicen que no tienen sentimientos, sólo instintos; pero he visto a un gato tomar a sus pichones, y ellos querer defender el nido a costa de su propia vida, los he visto perseguir al depredador, y también permanecer silenciosos sin deseos de cantar, pero de nuevo ante el calor del sol se animan, y trinan, como si le sonrieran a la vida, entre ellos se avisan del peligro amando siempre lo que son, ya que lo demuestran.
Seguí soñando… el tordillo, el ruiseñor, el pequeño gorrión, el colibrí, cada uno en su misión en la vida, tan felices probando flores y picoteando aquí o allá, pero cuando nos divisan, un miedo les advierte que no deben acercarse mucho, pues quienes lo hacen, serán prisioneros de aquéllos, que debieran ser sus amigos y protectores.
Busco a ese Dios, pero no sé en dónde se encuentra, un olor a flores llega a mi estancia, pero no sé de donde proviene, una luz alumbra para que pueda ver, y no sé quién la enciende.

Mi corazón está muy abatido, una roca aprisiona y mi cabeza parece reventar, pero cuando estoy dormida, el dolor desaparece, ha de ser así también la muerte, un regalo, es sólo un regalo que nace con nosotros, pero no sabemos que es un regalo hasta que comprendamos el valor del sueño.

He reparado mis fuerzas, escucho melodías hermosas, mi silencio es tal vez el mejor regalo, la quietud que acompaña mis instantes; el reposo a tantas cosas vanas de la vida que estoy descubriendo, y que me invitan a levantar el rostro, y salir corriendo a ver una roca besada por las olas, y escuchar el rumor del mar… allí ha de estar, y seguiré buscándolo, veré hacia el norte, el sur… en algún sitio, en el cielo donde se copian los colores que dan vida al desierto, en la oscuridad que se llena de pequeñas luces violetas… en algún sitio estará… ¿o será que está aquí conmigo?

Para comprender, creo que debo doblar mis rodillas de nuevo y ahí estará, donde estén los ojos de los niños, tal vez… pero creo que no… Él debe pernoctar  donde no he buscado nunca, y es en mi propio interior, sólo así descubriré que su rostro es nuestro propio rostro, y entonces tendré que sonreír al espejo, para impedir que se vaya, y buscar el rincón más silencioso, para saber que Él siempre está si  lo necesitas, sin importar la clase de plumas que lleves encima, te acepta tal cual eres, con tus miserias y tristezas, con tus grandes tesoros o sin ellos, para Él no hay disfraz pues los conoce todos.

Me inclino a creer que esa avecilla que no ha parado de cantar en mi árbol, es Él… y sólo invita a que lo descubra: ¡ey aquí!, eleva tu rostro, soy quien te canta al oído para cambies esa mirada triste y sonrías, pues tienes vida, y puedes contemplarme en medio de tus ojos.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, enero 29/13

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