LOS
DESPOJADOS [19]
Nadie
aprobará el verbo,
de
quien sale de la montaña con cantares de luna,
ni
admitirán sus alpargatas,
ni
que el guarapo ácido servido en totumo
sabe
mejor que el más valioso de los vinos,
donde
la estampilla, pone precio a lo de adentro.
¿Quién
elogiará tus sencillas palabras?
No
estarás ni entre los últimos,
tampoco
entre los primeros,
porque
no serás nada para nadie.
Has
de valer por ti mismo
buscar
entre los cantores dorados
el
tejido que en tu humilde estancia
es
más, que el de cualquier artesano,
pues
nadie lo enseñó a hilar tan bello
y
a fabricar un nido para su amante,
siendo
el más seguro y el mejor trenzado.
De
tus chocatos viejos nadie pregonará…
De
la montaña donde el respeto por la vida no existe,
y
a un amante de brazos curtidos y sonrisa franca
se
le roba hasta su dignidad, y se chuta como balón viejo,
fuera
de su propiedad.
No
importaban tus palabras, sino los actos atroces.
Aquéllos
que doblegaban a punta de cosechas,
a
lomo del mulo, y a fuerza de arar,
sabían
que para ser fuertes estaba el yunque
que
como al buey, fortalecían el cuello.
¿A
quién importas?
Vale
escuchar ese sonido de los guaduales
donde
un tiple es la cintura de una mujer,
y
una caña firme, se vuelve cantora flauta.
La
verdad brota de labios del campesino;
sus
pies llagados de reventar rocas para sembrar
han
formado una cerca,
para
que nadie robe sus frutos.
Pero
hoy los veo descalzos caminar
viendo
de lejos lo que siempre fue suyo.
Hablaremos
de lo mágico del sexo, de tetas, de nalgas,
de
piernas provocadoras del más rico deseo,
pero
de aquéllos, que ni hablar saben porque no los dejan,
de
esos vagos, que hoy llenan las esquinas con sus harapos viejos
nadie
opinará, pues muchos hasta se ruborizan.
Un
camino de ovejas se divisa, a lo lejos, un pastor…
de
esos que prometen cosas y piden mucho,
los
que se creen Dios en medio de la pobreza de otros,
y
se aprovechan de su dolor y necesidad.
¡Esos
si valen!… ¡todo el oro que pesan!…
¡Qué
hablen y sigan con sus mentiras!,
en
tanto los despojados siguen balando.
Ahí
van… la piel han secado para sus abrigos
la
tierra es arada por fusiles y botas negras,
y
un olor a sangre brota de la montaña.
¿Pero
a quién importa?
Hace
rato dejaron de ser poesía en los labios,
ni
siquiera una elegía,
ni
la sombra de un roble
qué
extraña la dulzura de sus manos
y
la bondad de sus pocas palabras,
que
son dulce de durazno en la boca de sus mujeres,
y
panales de miel, para sus hambrientos muchachos.
Raquel
Rueda Bohórquez
Barranquilla,
enero 26/13
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