sábado, 26 de enero de 2013

LOS DESPOJADOS [19]

LOS DESPOJADOS [19]

Nadie aprobará el verbo,
de quien sale de la montaña con cantares de luna,
ni admitirán sus alpargatas,
ni  que el guarapo ácido servido en totumo
sabe mejor que el más valioso de los vinos,
donde la estampilla, pone precio a lo de adentro.

¿Quién elogiará tus sencillas palabras?
No estarás ni entre los últimos,
tampoco entre los primeros,
porque no serás nada para nadie.

Has de valer por ti mismo
buscar entre los cantores dorados
el tejido que en tu humilde estancia
es más, que el de cualquier artesano,
pues nadie lo enseñó a hilar tan bello
y a fabricar un nido para su amante,
siendo el más seguro y el mejor trenzado.

De tus chocatos viejos nadie pregonará…
De la montaña donde el respeto por la vida no existe,
y a un amante de brazos curtidos y sonrisa franca
se le roba hasta su dignidad, y se chuta como balón viejo,
fuera de su propiedad.

No importaban tus palabras,  sino los actos atroces.
Aquéllos que doblegaban a punta de cosechas,
a lomo del mulo, y a fuerza de arar,
sabían que para ser fuertes estaba el yunque
que como al buey, fortalecían el cuello.

¿A quién importas?
Vale escuchar ese sonido de los guaduales
donde un tiple es la cintura de una mujer,
y una caña firme, se vuelve cantora flauta.

La verdad  brota de labios del campesino;
sus pies llagados de reventar rocas para sembrar
han formado una cerca,
para que nadie robe sus frutos.

Pero hoy los veo descalzos caminar
viendo de lejos lo que siempre fue suyo.

Hablaremos de lo mágico del sexo, de tetas, de nalgas,
de piernas provocadoras del más rico deseo,
pero de aquéllos, que ni hablar saben porque no los dejan,
de esos vagos, que hoy llenan las esquinas con sus harapos viejos
nadie opinará, pues muchos hasta se ruborizan.

Un camino de ovejas se divisa, a lo lejos, un pastor…
de esos que prometen cosas y piden mucho,
los que se creen Dios en medio de la pobreza de otros,
y se aprovechan de su dolor y necesidad.

¡Esos si valen!… ¡todo el oro que pesan!…
¡Qué hablen y sigan con sus mentiras!,
en tanto los despojados siguen balando.

Ahí van… la piel han secado para sus abrigos
la tierra es arada por fusiles y botas negras,
y un olor a sangre brota de la montaña.

¿Pero a quién importa?
Hace rato dejaron de ser poesía en los labios,
ni siquiera una elegía,
ni la sombra de un roble
qué extraña la dulzura de sus manos
y la bondad de sus pocas palabras,
que son dulce de durazno en la boca de sus mujeres,
y panales de miel, para sus hambrientos muchachos.

Raquel Rueda Bohórquez

Barranquilla, enero 26/13

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