domingo, 6 de enero de 2013

EL VIEJITO DE LAS NARANJAS [87]

EL VIEJITO DE LAS NARANJAS [87]

Antes que los pájaros
que la salida de sol,
que el amanecer…

¡Ya llegó!...
¡Ese viejo marica si jode!
¿Por qué razón no llega más tarde?

/Dora María diabla.

Ahí está, hoy lo veo tomar aliento
se reposa bajo la sombra de un árbol
se toma un descanso y respira profundo.

¡Qué pesada carga!... ¡pobre viejo!
Pero el anciano entibia sus manos
las acaricia entre sus bolsillos rotos,
y con una sonrisa de mentiras espera.

¡Pobre viejo culichupao!
¡Cómprele las naranjas!
¡No importa que aún haya!
Nunca estarán de más…

No digas nada,

¿No estás bajo la sombra acaso?
¡Aliviánele la carga!
No importa que grite mija,
no interesa que se recueste en el jardín.


Y el abuelo toma de sus manos el café caliente,
un bocado al amanecer parece un manjar exquisito,
una mirada tiene sabor a promesas
y ese inconfundible: ¡gracias, Dios le pague!
Pero ya todo estaba pago

desde antes de llegar él.

Se parece… -dijo alguna vez mi madre-
Le daré sus camisas más lindas, que guardo por ahí,
/tiene un algo que me lo recuerda…


Ha de ser su mirada un tanto nostálgica,
o esa fuerza con que impulsa la carreta,
ese poder que tienen sus brazos y sus piernas

para avanzar.

¡Claro sí, en algo se parece!
A quien regaló tanta mies a mi cofre dispuesto
y lo hizo reventar cada invierno, cada verano
en medio de carcajadas y promesas,
de llantos y de pequeños trajes

que se pasaron año tras año
siendo útiles por largo tiempo.

El anciano pasó hoy…
No dijo nada, nunca le compro sus naranjas,
me he dado cuenta que no aliviano su carga,
preguntó por ella y le contaron que no estaba.

Descansó un momento mirando hacia su puerta abierta
esperando esa tibia mirada llena de verdores
y esas manos arrugadas igual que las suyas,

temblorosas,
con su pocillo de café caliente

y un poco de alivio a sus penas.

Se descansó como un roble a la vera del camino,

detalló mis plantas que alguna vez quiso tomar.
/¡ya no queda nada!, sólo un peladero triste y vacío,
pero hoy no quiso hablar, ni sonreír, ni gritar…

Empuja de nuevo su pesada carga.
En la tarde lo veré pasar, siempre con lo mismo
con la misma ansiedad del amanecer,
pero hoy noté algo nuevo, tenía puesta la camisa de mi padre.
Sólo callé como él, y miré por la ventana…

¡Ahí va el viejito de las naranjas!
La vieja tenía razón,


¡se parece a él!...

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 5/13

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