miércoles, 24 de octubre de 2012

BUSCANDO/ Teresa de Calcuta



BUSCANDO/Teresa de Calcuta

Cuando sin saber nada sobre mi destino, empeñada en estudios, en luces de fantasía, en besos en mi boca y brazos que me abrigaran cada madrugada… caminaba por calles de la india, al paso altanero de la brisa no 
volteaba el rostro;  aunque sus gemidos por alguna razón partían mi alma; una luz al final de todo me sedujo y decidí caminar sus pasos, andar sus ensenadas... aunque los cardos hirieran de a poco, más una fuerza interior me mantuvo hasta la ancianidad y en sus ojos vi a Dios muchas veces, tantas que sus heridas fueron una cruz donde a diario se crucificaba un siervo y se apedreaba un águila con sus maravillosas alas abiertas a un mundo tan indiferente.

No supe de mí al llegar a mi hogar… no había motivo sino tus plantas vestidas de colores, en una inmensidad de mundo donde se negaba a los pobres que eran la mayoría, su mínimo derecho a existir, un cobijo digno a sus desvestidas y flacas pieles… entonces tomé la iniciativa de aferrarme a muchas manos que me seguirían, de buscar en las palabras dolidas la validez de mi existencia y sus cardos los adopté como míos, y sus dolores fueron la bandera legitima para luchar con más fuerza para aliviar sus penas.

Allí desnuda la existencia, con la pobreza que a tantos cobija cada día, esperando ese vuelo que transita sobre una oscuridad terminada en brillo mágico, estaban todos mis amados ricos de Dios, su abandono era su propia tumba a la que soñaban;  a la que cada día se aferraban pronunciando con voz entrecortada:  “Señor… no hagas más tortuosa mi herida, que mi llaga no me desangre, tómame así desvestido, invítame a ese jardín donde el dolor no existe ni tendré tanta sed ni hambre de amor”, ésta razón colmó de placidez mi existencia, sentí en mis adentros una pluma de garza que volaba al infinito y tomando sus manos llagadas, las consumía con mi corazón en una alabanza final al creador, quien aprisa y sin vacilar, llegaba en cualquier instante viéndolos abrir los ojos y quedar con su mirada abierta al cielo, ante el consuelo de un descanso final, en un jardín donde los girasoles siempre estarían de cara al sol.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, octubre 23/12

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