jueves, 27 de septiembre de 2012

HABÍA OTRA VEZ

HABÌA OTRA VEZ


La noche estaba estrellada, como siempre tenía antojos de todo, quería que un huracán la moviera,
Que sacudiera con frenesí ese globo rojo tan ardiente, tan callado y silencioso, vigilante de noches de amantes pero para ell
a, nada de nada…


Se quejaba siempre… decía que estaba cansada de permanecer como un globo ausente, pegada de todo y de nada, detallando que ella, era la única que no tenía amante, pues enamorada estaba del sol, pero siempre que ella deseaba verlo él se ocultaba.

Cierto día la luna dijo: ¡No más, no me crean tan pendeja!; hoy será ese día en que busque el amor tan negado, noche tras noche a la misma hora, iré por mi amante, me antojé de uno de piel; pero que sea canela, que no tenga tanto pelo, que le guste el mar, las gaviotas; que ame tanto como yo, y que le encanten las bromas, pero que no me las haga a mí.

Se dio cuenta entonces la luna, que no podía bajar de su estancia, parecía que un hilo invisible la tuviera aferrada a un algo que no comprendía… se puso pálida, unos días se achicaba, otros se agrandaba, ponía carita feliz cuando estaba llena, tan dorada y deseosa de amores, y sólo de vez en cuando, el sol se antojaba de ella, cuando penetraba por su aposento como un mágico eclipse, donde quedaba preñada y de su vientre parecían salir muchos luceros que brillaban como una lámpara encendida en el crepúsculo.

Pero no era suficiente… ella amaba las praderas que aún en la oscuridad vestía de plata; y el mar que la absorbía por entero dibujándola con un resplandor mágico, pero no podía tocarlo, sólo su imagen reflejada en ese espejo tan inmenso como el mismo cielo, que la mantenía aferrada, y ella sólo buscaba una libertad que parecía lejana.

Sobre la enramada de flores escarlata que trepaban por la ventana que ella tanto amaba, decidió que si él no la observaba, ella lo tomaba… y creyendo que dormía, con aquél mágico encanto suyo, como un águila que va por su presa, penetró cálida a besar su piel desnuda, con tal sorpresa, de que unos ojos brillantes y oscuros la miraban abstraído, embelesado… ella sólo calló… eran los luceros más bellos que jamás había visto , un amante solitario, tan abandonado como ella; pedía un deseo a ese pequeño hijo de luz que parecía viajar a su lado… pero era tanto su amor, que la luna se conmovió de aquél solitario que dijo:
“Ya no quiero un amante de seda canela, creo que nací para todos… y hoy… es luna llena”.

El amante solitario pensaba: “Es tan bella, es la cortesana de todos los solitarios, su brillo tan suave, su calor tan tibio como una paloma en su nido, como ella yo quiero una dama, callada, silente… antojada de cada lucero del cielo, y su mente tan clara como el manantial que la pinta”

Una oración brotó de aquél que parecía abandonado y triste, pero tenía a la manceba de todos los luceros como una compañía segura, cada noche, cuando solitario se presentía… aunque ella aún lo ignoraba.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, agosto 16/12

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