CUENTOS DE UNA ABEJA
CUENTOS DE UNA ABEJA
Una vez había una niña que vivía en un rancho
muy pobre, allí había muchos niños y poca comida, pero abundaba el amor como los lirios en los valles, había una pequeña dama gordita y
graciosa, y un caballero delgado alto y muy elegante que se entretenía con las hormigas del
bosque, él hablaba con ellas, les contaba su vida, les averiguaba, viéndolas
construir sus moradas,
y le encantaban las arrieras, cuando
llevaban pequeñas hojas y ramas hasta su oculto nido.
El anciano siempre quiso saber qué
hacían con esas ramas, lástima que hoy no esté para contarle que con ésta
hojas,
ellos cultivan unos deliciosos hongos
con los que alimentan a su reina preciosa y también es para ellos.
Sabía que allí había una organización
muy ejemplar, que las obreras, porque eran damas las que trabajaban; se
encargaban de traer todas las ramas y los troncos, y los soldados; aquéllos rojos, grandes… que picaban tan duro
y no soltaban tu piel, eran quienes resguardaban el nido con su propia vida, y había
categoría de soldados, los gigantes como sansón colorados y fuertes, eran los primeros en salir y
había guardias que avisaban a las reinas nuevas que ya era la hora de su vuelo
nupcial pues no había peligro alguno, pero... ¡ay de algún movimiento
sospechoso!, enseguida se escondían, algún ruido extraño y no volvían a salir hasta el aviso de los
soldados de segunda categoría.
Con estos cuentos de la naturaleza se
entretenían sus niñas amadas, pues tuvo muchas hijas, un par de gemelos siempre
anunciaban cuando él llegaría y le contaban a la dama gorda que traía flores y
racimos de plátano y además algunas veces hormigas culonas muy deliciosas.
La madre de los chicos no entendía como
ellos sabían esto, alguna vez dijo que sus niños habían llorado dentro de su
vientre, pero que no
podría contar a nadie que los había escuchado. Eran sus ángeles que siempre le
traían sorpresas convertidas en rosas o flores del campo y que cuando ella los quería
castigar se arrodillaban y le ofrecían sus ramos, con lo cual la pequeña madre sólo se conmovía y los abrazaba.
Cierto día sin aviso... los niños
enfermaron de una diarrea que no se pudo contener y murieron en sus brazos. Esto me lo contó la abejita que marchó hace poco al
cielo.
Siguió la vida, continuó el llanto, ya
no sería igual y así murieron 5 de sus hijos, quedando sólo las niñas, pero él
quería un varón para que lo ayudara a cosechar y a levantar el huerto; era su esperanza.
Al fin nació... es más, Dios le regaló
otro hijo...pero sólo sus niñas cultivaron... sólo ellas... la historia de los
varones se truncó en el camino y sólo tristeza y llanto quedó en el huerto.
Levantaron a pico y pala el rancho y
cada una salió poco a poco... y cada libro sin contar se perdió... cada triste
historia, y no comprendo porqué sucede así, cuando siempre deseamos un final feliz.
Contaré sólo la historia de una... del
poeta no hablaré nada, su cuento se lo dirá a mi Jefe y tal vez ya salió del
infierno y esté allí tan
feliz como siempre debió serlo, amando a sus semejantes y respetando a los
niños.
Había una niña de ojos negros hermosos,
ella se casó, lo cierto es que la abejita me dijo que con un ser malvado,
machista, y enojado por el nacimiento de un nuevo hijo, la persiguió
por la montaña con un machete y ella recién parida, con fiebre dolor y miedo, atravesó aquél sendero oscuro
donde ya no sufriría más: la locura.
Me contó la abejita que la internaron en
un asilo, en una época donde no había nada para ellos, sólo un rincón oscuro
y un pequeño hueco por donde le pasaban
la comida, sin la más mínima piedad, escondida de su familia, falta ver qué
tantas cosas tuvo que
soportar la niña, ahora joven madre.
Cierto día decidieron que irían a
visitarla, a como diera lugar las tendrían que dejar entrar a verla, y allí
estaba... en un rincón...asustada, silenciosa, con la mirada perdida... sumida
en sus miserias, llena de piojos, la piel pegada a los huesos implorando a un Dios vivo que la rescatara de allí.
Fue tan triste el final... que al día
siguiente, después de llegar a casa, de asearla y tratar de que comiera algo...
la niña
blanqueó la mirada y nadie tuvo tiempo
jamás de contar su historia, de copiarla; sólo en éste momento recuerdo que los
ojos de mi madre se llenaron de lágrimas y sólo
atiné a dar un abrazo mientras estuvimos en silencio largo rato.
Por ahí dicen que tenemos herencia de
locos, creo que todos somos unos locos perversos en éste ruedo de la vida, y
tal vez esa es la razón
por la que existe la muerte, es un descanso para el cuerpo, y una luz para el
espíritu.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, julio 13/12
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