viernes, 28 de septiembre de 2012

CUENTOS DE UNA ABEJA



CUENTOS DE UNA ABEJA

Una vez había una niña que vivía en un rancho muy pobre, allí había muchos niños y poca comida, pero abundaba el amor como
 los lirios en los valles, había una pequeña dama gordita y graciosa, y un caballero delgado alto y muy elegante que se entretenía con las hormigas del bosque, él hablaba con ellas, les contaba su vida, les averiguaba, viéndolas construir sus moradas, 
y le encantaban las arrieras, cuando llevaban pequeñas hojas y ramas hasta su oculto nido.

El anciano siempre quiso saber qué hacían con esas ramas, lástima que hoy no esté para contarle que con ésta hojas, 
ellos cultivan unos deliciosos hongos con los que alimentan a su reina preciosa y también es para ellos.

Sabía que allí había una organización muy ejemplar, que las obreras, porque eran damas las que trabajaban; se encargaban de traer todas las ramas y los troncos, y los soldados;  aquéllos rojos, grandes… que picaban tan duro y no soltaban tu piel, eran quienes resguardaban el nido con su propia vida, y había categoría de soldados, los gigantes como sansón colorados y fuertes, eran los primeros en salir y había guardias que avisaban a las reinas nuevas que ya era la hora de su vuelo nupcial pues no había peligro alguno, pero... ¡ay de algún movimiento sospechoso!, enseguida se escondían, algún ruido extraño y no volvían a salir hasta el aviso de los soldados de segunda categoría.

Con estos cuentos de la naturaleza se entretenían sus niñas amadas, pues tuvo muchas hijas, un par de gemelos siempre anunciaban cuando él llegaría y le contaban a la dama gorda que traía flores y racimos de plátano y además algunas veces hormigas culonas muy deliciosas.

La madre de los chicos no entendía como ellos sabían esto, alguna vez dijo que sus niños habían llorado dentro de su vientre, pero que no podría contar a nadie que los había escuchado. Eran sus ángeles que siempre le traían sorpresas convertidas en rosas o flores del campo y que cuando ella los quería castigar se arrodillaban y le ofrecían sus ramos, con lo cual la pequeña madre sólo se conmovía y los abrazaba.

Cierto día sin aviso... los niños enfermaron de una diarrea que no se pudo contener y murieron en sus brazos.  Esto me lo contó la abejita que marchó hace poco al cielo.

Siguió la vida, continuó el llanto, ya no sería igual y así murieron 5 de sus hijos, quedando sólo las niñas, pero él quería un varón para que lo ayudara a cosechar y a levantar el huerto;  era su esperanza. 

Al fin nació... es más, Dios le regaló otro hijo...pero sólo sus niñas cultivaron... sólo ellas... la historia de los varones se truncó en el camino y sólo tristeza y llanto quedó en el huerto.

Levantaron a pico y pala el rancho y cada una salió poco a poco... y cada libro sin contar se perdió... cada triste historia, y no comprendo porqué sucede así, cuando  siempre deseamos un final feliz.

Contaré sólo la historia de una... del poeta no hablaré nada, su cuento se lo dirá a mi Jefe y tal vez ya salió del infierno y esté allí tan feliz como siempre debió serlo, amando a sus semejantes y respetando a los niños.

Había una niña de ojos negros hermosos, ella se casó, lo cierto es que la abejita me dijo que con un ser malvado, machista, y enojado por el nacimiento de un nuevo hijo, la persiguió por la montaña con un machete y ella recién parida, con fiebre dolor y miedo, atravesó aquél sendero oscuro donde ya no sufriría más: la locura.

Me contó la abejita que la internaron en un asilo, en una época donde no había nada para ellos, sólo un rincón oscuro
y un pequeño hueco por donde le pasaban la comida, sin la más mínima piedad, escondida de su familia, falta ver qué tantas cosas tuvo que soportar la niña, ahora joven madre.

Cierto día decidieron que irían a visitarla, a como diera lugar las tendrían que dejar entrar a verla, y allí estaba... en un rincón...asustada, silenciosa, con la mirada perdida... sumida en sus miserias, llena de piojos, la piel pegada a los huesos implorando a un Dios vivo que la rescatara de allí.

Fue tan triste el final... que al día siguiente, después de llegar a casa, de asearla y tratar de que comiera algo... la niña
blanqueó la mirada y nadie tuvo tiempo jamás de contar su historia, de copiarla; sólo en éste momento recuerdo que los ojos de mi madre se llenaron de lágrimas y sólo atiné a dar un abrazo mientras estuvimos en silencio largo rato.

Por ahí dicen que tenemos herencia de locos, creo que todos somos unos locos perversos en éste ruedo de la vida, y tal vez esa es la razón por la que existe la muerte, es un descanso para el cuerpo, y una luz para el espíritu.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, julio 13/12


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