jueves, 26 de abril de 2012

CARTA A MÍ JEFE


Imagen: Internet.

CARTA A MI JEFE

Señor de nuevo aquí con ésta angustia y éste atoro que no me deja ver lo maravilloso de la vida; me siento dolida y acorralada y sólo tú eres la salida, eres esa luz que busco para los seres que amo, para mi madre santa en éste momento.

Préstame tus sandalias pues no puedo seguir, me atengo a tu voluntad a través de los médicos y que se cumpla, pero siempre deseo que ésta sea de aliento y vida, de abrazos acolchados y besos cálidos, de sonrisas al amanecer y de oraciones que tantas veces me he negado a seguir, mi excusa es siempre: “deja de orar tanto madre porque vas a cansar a Dios”, así he sido egoísta y ahora necesito escudarme en ellas pero no puedo pronunciarlas; brotan de mi angustia y mi deseo de que seas tú quien se haga cargo de mi madre, aunque de antemano te digo que a veces nuestra fe flaquea y quiero que me dones de la confianza que necesito y de la fe inquebrantable en ti.

Creo que mi angustia habla de mi poca fe, pero tú puedes escudriñar el interior del hombre y sabes lo que siento, te convoco a ese sitio donde ya estás pero no quiero advertir, te invito aquí en éste momento aunque te presiento en la brisa suave que acabo de sentir, te doy un abrazo y me descanso en tu hombro aunque siempre me llevas cargada y no me dejas desalentar.

Sólo he de decir que poco creo en iglesias, poco creo en palabras de hombres que engañan y sólo buscan beneficios a través de sus ambiciones, más tu palabra es la verdad y ella está escrita en cada hoja que cae de cualquier rama, tu palabra está en el aliento que me permite levantarme cada mañana y suspirar; y mirar el ocaso cada tarde, en el abrigo del sol y la tibieza de la luna; en esa madre tierra que siempre dona, que cada segundo regala una nueva vida y hace brotar semillas en abundancia. 



Te presiento en las cascadas que brotan de las montañas y en éste silencio que me invita a levantar la mirada; y en mis oídos que me permiten escuchar el trino de las aves que se levantan felices, y encuentran alimento de tus manos.

Te quiero agradecer por mi madre, por ese regalo maravilloso en mi vida, por esa santa mujer que nunca será canonizada por hombre alguno, que ha hecho milagros a través de tu palabra y que ha podido compartir aunque pareciera que la olla estuviera vacía; que ha tenido esa fe inquebrantable para reír en momentos de angustia y bromear cuando ya sin alientos pareciera; esa flor siempre perfumada y hermosa, radiante como tus primaveras que tanto ama y tanto bendice.

Quiero pedir perdón por todas mis falencias como hija, y todo lo que he dejado de hacer por ella por estar pendiente de lo mío; ya todo pasará pero tú… siempre seguirás en el mundo y tu palabra será eterna, pues el ser humano seguirá aquí dañando tu obra; pero ya bajarás en ese caballo blanco vestido de hermosura, y llenarás los corazones de tu bondad.

Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, abril 26/12

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