CUANDO SOMOS PADRES (13)
¿Cuando somos los padres los maltratados por nuestros propios hijos, que nos insultan y recibimos su desprecio y ultrajes a pesar de que daríamos la vida por ellos?
En medio de cristales pálidos trato de sonreír, de robarle cada segundo a la vida, pero también es duro es saber que tantas veces nos producen profundas heridas y que nuestro trabajo pareciera infructuoso.
Tantas veces desvelados y angustiados por sus llegadas al amanecer, cuando prefieren un amigo a regalar un abrazo y una sonrisa.
¡Cuántas soledades e inquietudes!, oraciones por siempre en nuestros labios,
gotas de rocío empapando la almohada y nuestro corazón sangrante por sus desaires.
Duele el maltrato a un niño, daría la vida por uno de ellos; a cambio tantas veces los padres recibidos los puñales de sus arrogancias y nos sentimos tristes y humillados.
¡Cuánto daría porque fueran niños otra vez!
La vieja estúpida y tonta se quebrantó, la última gota llenó la copa y se desperdician lágrimas cual diamantes en bruto.
Sólo tú, Señor de los entristecidos nos puede devolver la sonrisa.
Voltea el rostro hacia las madres y padres que entregamos hasta nuestra última gota de sudor, pero que también necesitamos un abrazo y un beso al amanecer de sus llegadas, o una despedida de niños con la inocencia que se retrataba en sus hermosos rostros y que en un instante se perdió.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 25/12
En medio de cristales pálidos trato de sonreír, de robarle cada segundo a la vida, pero también es duro es saber que tantas veces nos producen profundas heridas y que nuestro trabajo pareciera infructuoso.
Tantas veces desvelados y angustiados por sus llegadas al amanecer, cuando prefieren un amigo a regalar un abrazo y una sonrisa.
¡Cuántas soledades e inquietudes!, oraciones por siempre en nuestros labios,
gotas de rocío empapando la almohada y nuestro corazón sangrante por sus desaires.
Duele el maltrato a un niño, daría la vida por uno de ellos; a cambio tantas veces los padres recibidos los puñales de sus arrogancias y nos sentimos tristes y humillados.
¡Cuánto daría porque fueran niños otra vez!
La vieja estúpida y tonta se quebrantó, la última gota llenó la copa y se desperdician lágrimas cual diamantes en bruto.
Sólo tú, Señor de los entristecidos nos puede devolver la sonrisa.
Voltea el rostro hacia las madres y padres que entregamos hasta nuestra última gota de sudor, pero que también necesitamos un abrazo y un beso al amanecer de sus llegadas, o una despedida de niños con la inocencia que se retrataba en sus hermosos rostros y que en un instante se perdió.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 25/12
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