CHAVITA (30)
Chavita estaba aferrada a sus hermosas ramas…
Sus manos tejían esperanzas, sus ojos de un verde oliva
observaban lo mismo que los míos.
Amamos a los mismos luceros de la tarde
y nos congraciábamos con sus ardientes besos,
contando en miradas de complicidad
las nubes que se dispersaban en el cielo
con trajes blancos y dulces arreboles.
Las dos descubrimos el rostro de la maldad,
enmudecimos con los búhos de la noche,
anduvimos senderos como si tuviéramos alas,
al descubrir un arma asesina en el camino
y después sonreímos con los chistes de cada día,
si lo amargo lo convertíamos en carcajadas.
Las dos descubrimos el arte de besar a nuestros amados
y el placer con los ojos cerrados
entre arrullo de palomas en nuestro vientre
y el dulce calor que subía y bajaba
cual corriente de río por nuestras laderas.
Borramos el dolor con un invento nuevo,
en medio de grandes inquietudes al calor de una casa de madera,
abrazadas y abrigadas en una oración al paso del huracán
que meció nuestra vida cual hojas secas.
Descubrimos que puede más la fuerza de voluntad
que nuestras penas, y en medio de la ausencia de cosas
la felicidad compartida era el pan nuestro que sostenía nuestros días.
De ella recuerdo su inmensa alegría
su amplia sonrisa, pocas veces triste
y muchas su gran fuerza y su amor
que la convertían en un ser valioso y querido.
Hoy al ver su imagen de nuevo,
todos los recuerdos se agolparon
el beso robado a mi amor en medio de una gran sonrisa
está aquí por siempre como la gratitud a Dios
por la bendición de que fueras mi amiga.
Raquel Rueda Bohórquez
Barranquilla, enero 14/12
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