martes, 11 de octubre de 2011

INQUIETUDES DE COMADRE MANDARÍN



Comadre "Mandarín" estaba un poco preocupada, me confesó que desde su gran encino alcanzó a divisar cómo el hombre derribaba los árboles; la naturaleza tan hermosa donde ella había sobrevivido durante tantos siglos, pero que cada vez tenía que adentrarse más y más;  y sentía que su futuro hoy era incierto, me confesó además, que un pequeño, casi que mínimo  depredador había hecho tanto, que no volaba como ella, sólo tenía dos piernas, que no podía correr como las gacelas, y sólo tenía dos pequeños brazos que no eran tan ligeros ni fuertes como los de sus hermanos en la selva; sus dientes no tenían el filo ni el poder de los jagüares; los veía indefensos y desnudos, pues su piel no tenía ninguna protección, tampoco tenían la mirada del águila,  pero  tenía algo que lo hacía diferente  y que con éste gran poder, acabaría con ellos; sólo lo utilizaba mal y para su propio beneficio, olvidando que estaban destruyendo a la vez la estancia donde sus propios descendientes vivirían, ya no había nada que hacer, llegó al lago de su comadre Ranita porque no podía ir más lejos como en otras ocasiones; muchas de sus hermanas murieron cuando quisieron viajar a otros sitios en búsqueda de anidar, allí los mismos seres las esperaban, envenenaban sus aguas para cazarlas y miles de ellas no pudieron regresar nunca.

Mandarín estaba muy inquieta, no durmió en toda la noche, estaba angustiada por sus pequeños, pues también habían optado muchos por cazarlos y para eso tendría ella que morir, así desorientaban a sus niños y serían presa fácil, decían que ellos eran símbolo de buena suerte para quien los tuviera en su hogar, lo que le parecía la estupidez más grande, el depredador justificaba siempre su maldad, había tanto alimento, un desperdicio total,  tanto por cultivar y la tierra era tan pródiga, pero no... él nunca se llenaría, era tal su ambición que nada lo saciaría, además se preguntaba: ¿será que creen que son eternos?, la vida es tan corta que cuando nos damos cuenta ya somos ancianos, nuestras alas pierden el deseo de volar y nuestro corazón deja de funcionar de un momento a otro, aún así, ellos nunca  analizan esa realidad, sólo creen en el dinero, en poseer cosas y llenar sus casas de tonterías para que las mechudas que los acompañan tengan mucho trabajo; no se dan cuenta que de un momento a otro ya no serán más…. que a pesar de sus conocimientos, sus aparentes poderes, posesiones , nunca se llevarán una sola letra, ni un sólo peso a sus tumbas; sólo queda el bien hecho, pues quienes los siguen, los recordarán siempre y aún eso, no sirve de nada.

Mandarín estuvo largo rato viendo el atardecer, le encantaba igual que a Ranita; vio cómo suavemente el sol se ocultaba en el ocaso, las nubes cambiaban de tonalidad del amarillo al naranja y se mezclaban con tanta gracia y dulzura hasta que finalmente sólo quedó un pequeño rayo que se perdió ante sus ojos.

Se iniciaba la noche y los luceros como siempre, aparecieron en el cielo, las estrellas invitaban y la luna como era su costumbre salió tímida, pero ésta vez era nueva y su color dorado la invitó a una oración con "Ranita",  plegaria que salió de sus miradas y sus corazones,  ya que ellas no tenían secta, era algo que brotaba como una flor,  de la profundidad de sus almas, sin pronunciar una sola palabra;  y estaban seguras de que ese Dios de luz las escucharía. Ésta vez dijeron al unísono: "Señor de luz", dueño de la vida y de la creación, permite que ese depredador que posee lo que nosotras no tenemos y que se llama inteligencia, la use debidamente para el bien de todos los habitantes de éste bello planeta que nos has regalado", que podamos ver un nuevo amanecer donde el espacio sea distribuido equitativamente y podamos compartirlo en paz, que  nos permitan anidar en un gran encino nuevo y que nuestros hijos puedan retozar y cantar libremente sin miedo al incierto futuro que hoy divisamos; que nuestro lago esté despejado y los lotos a pesar de la oscuridad de sus días, sigan siendo perfumados y hermosos. Amén.  Amén... -dijo Ranita-  el búho observaba en silencio; sólo lloró de nuevo:  ¡aúuuuu, aúuuuu,  aúuuuu!




Raquel
Barranquilla, octubre 11/11






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