miércoles, 28 de septiembre de 2011

NUESTRAS FRONTERAS (2)


¿En dónde están los verracos que lucharon por el honor y la gloria?, creo que se esconden bajo las camas, ¿o estarán ocultos bajo lápidas de sangre y fuego?, se han levantado algunos, sus bocas tienen el hambre tallada, sus barrigas revientan en lombrices que devoran su último aliento.


¿En dónde están aquéllos que juraron que habría un cambio, que la guerra terminaría, que las armas se echarían al fuego y que con ellas se fabricarían ollas, para llenarlas de peces gordos y caviar para los dioses?

Los he visto con trajes de marca, viajan como reyes y desperdician los impuestos de los pobres, han usurpado la sangre de las viudas, las tierras las usan para sus infamias, mientras los campesinos deambulan por las calles vendiendo limonada helada y lamiendo las esencias sobre canecas de basura; ahí cultivan flores del dolor, que se desangran con sus pálidas mieles para nutrir los bolsillos de los cobardes que viven del dolor ajeno, y se llenan con las riquezas que obtienen con sus lágrimas.

Quisiera saber en dónde quedaron los pensamientos, las ideas buenas por un mundo más justo y solidario, miles mueren de hambre mientras el derroche y la vanidad, se ciernen como una bandera ondeante de orgullo, donde las marcas tienen más valor que la desnudez, donde los ojos de los niños son gigantes y miran sin horizonte. ¡Qué haremos por Dios!, ha de haber un despertar de las conciencias, donde se sepulten los demonios que habitan en nuestros corazones, y se busque un Dios, el que desees, pero que sea de justicia y paz sobre el planeta tan martirizado y humillado, donde se brinda con la sangre de los poetas y los niños se aniquilan sin una oportunidad de abrir los ojos a la vida.

El mundo necesita de todos, todos dependemos del otro; no podemos voltear nuestras miradas y dormir tranquilos, en tanto miles de nuestros hermanos sufren las consecuencias de la guerra injusta y la desigualdad, otros miles mueren de hambre por culpa de unos pocos hambrientos que no se dan cuenta que la vida es efímera, y que nuestra misión en el planeta no es vivir felices sin mirar a los ojos angustiados de las madres, que cada día pierden a sus hijos mutilados en guerras interminables, que sólo acaban con la juventud, dejando un planeta sembrado de odio y desesperanza.

El planeta nos concierne a todos, el alimento es para todos, y la única frontera que debe existir en el mundo, es el cielo azul y el mar ante nuestros ojos.

Raquel Rueda Bohórquez 
Barranquilla, septiembre 28/11

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