miércoles, 21 de septiembre de 2011

EL VIÑEDO (27)



EL VIÑEDO (27)

El  viñedo extendía sus ramas,
no era egoísta y cada vez era más extenso.
Allí me encontraba admirando la belleza de sus frutos
que se apretujaban una con otra mientras crecían.

Sus grandes hojas las arropaban,
protegían de la torrencial lluvia
de fuertes brisas que las sacudían 
pero el tallo llevaba resolución y fuerza.

De a poco, de un verde suave se tornaron rosa,
hasta convertir su piel en negra y nutrida
cubiertas con una suave neblina,
que al traerlas a mi boca, exprimía sus jugos
con un almíbar que tornaba acidez
sólo placer al ligarlas con las tuyas…

Allí anidaron colibríes, pero hoy volaron…
Sus agudos chillidos me mostraban tal felicidad
mientras sus padres parecían esmeraldas
que saltaban espacios cortos, 
y los animaban a volar.

Una fuerte brisa sacudió sus ramas, 
y bajo un lecho de hojas secas te miraba,  me mirabas…
Las uvas cayeron a nuestros pies formando una gran sábana
más sólo tomé la que estaba firme sobre las ramas,
aquélla que me demostró su fuerza y valentía.

La posé sobre mis labios que junté con los tuyos…
El brindis se hizo, y se rompió la copa regando mi vestido,
mientras un lecho frío reventaba a mi espalda
y como un potro salvaje bebías del cántaro añejo…

Comprendí  que viviría allí por siempre...
La enredadera continuaba su camino,
nuevas flores con frutos tímidos aparecían,
el vino añejo penetró mi fuente y bebimos de la misma
elevando al fin nuestros ánimos caídos al unísono,
con  un brindis que tenía sabor a uvas negras.

Raquel Rueda Bohórquez 
Barranquilla, septiembre 20/11

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